EL pasado 20 de octubre ETA anunció el final definitivo de sus acciones armadas, un final que los más indicados para confirmarlo aseguran que no tiene vuelta atrás. La violencia, al menos la de ETA, ya ha dejado de ser una preocupación para la sociedad vasca y así lo ratifican los sucesivos trabajos demoscópicos. Con esos deberes hechos, quedan por resolver eso que denominan "las consecuencias del conflicto" y, por supuesto, el problema político de fondo que de alguna manera es origen de esa tensión no resuelta.

La lógica aconseja comenzar por lo menos complicado, por lo que puede ser resuelto sin mayores convulsiones jurídicas y que sería suficiente con la sola voluntad política. A su tiempo y por su orden, porque ni las prisas son buenas consejeras ni es viable la pretensión de simultanear el proceso de reconciliación con el proceso de resolución del conflicto político.

Para que este complicado proceso post ETA arranque con garantías es contraproducente cualquier forma de estridencia, o de protagonismo, o de espectáculo abierto. Y, por desgracia, no parece que la vía de la discreción sea la que han decidido seguir los políticos a juzgar por los reiterados intentos de rentabilizar políticamente la resolución de las consecuencias del conflicto. En esta competición por el protagonismo destaca el lehendakari López quien, él se lo guisa y él se lo come, planteó ante el Parlamento Vasco el pasado jueves una ponencia sobre el proceso de paz y el final de ETA.

Confundiendo una vez más liderazgo con protagonismo, Patxi López pretende desesperadamente compensar sus clamorosas ausencias en los momentos claves del proceso con la foto en la tribuna parlamentaria y el discurso en solitario; un discurso, por cierto, sin más novedades que el anuncio de un enigmático comisionado para la cosa. Ni se molestó en compartir sus ocurrencias con el resto de las fuerzas políticas, tanto parlamentarias como extraparlamentarias.

Pronunciar López su discurso y abrirse la caja de los truenos fue todo uno. En cuanto se tocaron los puntos clave para desatascar el punto muerto en el que se encuentra el proceso tras el anuncio de ETA, se elevó el tono y volvieron a aparecer los viejos demonios. En tono desabrido, el PP puso pie en pared, a ver quién manda aquí, señor López.

Y lo que debiera haber sido resuelto en la cocina, sin luz ni taquígrafos, se pasó de decibelios. ETA y el Gobierno tendrán que sentarse, aunque solo sea para que alguien se encargue de entregar las armas y de firmar el finiquito. La política penitenciaria impuesta cuando ETA campaba a sangre y fuego no tiene ningún sentido en la situación actual, y es hora de que la ley se cumpla y el sentido común prevalezca.

Las consecuencias institucionales de la exclusión perpetrada contra un sector importante de la sociedad vasca no pueden seguir distorsionando la realidad política. Todas estas incógnitas que paralizan el desarrollo del proceso que debiera ser de humanización del conflicto son discutidas acaloradamente en ámbitos políticos y mediáticos, en los que cada uno barre para casa a la búsqueda del rédito electoral.

Y, para qué nos vamos a engañar, desde el 20 de octubre a día de hoy aquí no se ha avanzado nada. Que se sepa, ni el Gobierno español ha aceptado el diálogo demandado por ETA para tratar de las cuestiones técnicas, ni el Gobierno francés ha movido un dedo a juzgar por la interpelación que ETA le hace en su reciente comunicado. Ni el Gobierno español ha modificado su política penitenciaria, ni el Gobierno francés tampoco por más recomendaciones que hiciera Sarkozy en su visita a Baiona.

Capítulo aparte merece el altercado entre el lehendakari López y Basagoiti, su socio preferente, en relación a la presencia de la izquierda abertzale oficial en las posibles mesas resolutivas que se propongan. En cualquier país democráticamente civilizado sería impensable negar a grito pelado el derecho de representación política a quien ya la ostenta por el apoyo de los votos de la ciudadanía. Fue penoso ver recular al lehendakari, reconociendo que lo que pretendía ser un discurso de apertura y reconciliación no era tal, no era más que camuflar con palabras vacías la consolidación de la exclusión.

"Que ni se le ocurra, señor López. No pasarán", vino a decir Basagoiti. "Claro, claro, señor Basagoiti. No pasarán", vino a decir López en cuanto el socio preferente le puso firme, o ellos o el PP. Entre el alboroto, el desacuerdo, las prisas, las palabras gruesas y el electoralismo, mucho ruido y pocas nueces. Habría que recomendar a nuestros políticos que hagan las cosas con discreción, que la reconciliación y normalización que necesita este pueblo están muy por encima de la foto.