la clase política dominante en los 27 estados de la UE ha optado por ceder la batuta decisoria a los mercados; y ha rechazado, por el momento, la construcción de una Europa federal, la misma que defiende desde Euskadi en sus estatutos Eurobask, nuestro Consejo Vasco del Movimiento Europeo, ejemplo histórico de compromiso con los valores europeos desde Euskadi y para Euskadi.

Tal como destacaba recientemente el editorial de un influyente medio de comunicación escrito polaco, para recuperar este proyecto europeo con los ciudadanos no hay otra vía que reiniciar la construcción de una auténtica federación de naciones, una Europa donde el demos, el sujeto político protagonista, deje de estar anclado de forma exclusiva y excluyente en los estados, cuyo egoísmo e inercia intergubernamental están convirtiendo en mera quimera el sueño europeo, y se transfiera protagonismo decisorio a pueblos y naciones.

Tal como señala el periodista Philip Stephens en el Financial Times, la solidaridad siempre ha estado en el corazón del proyecto europeo, basada en un realismo interesado. Para que la Unión sobreviva a la crisis, que ha gripado ese viejo motor de la solidaridad, debe refundarse superando anquilosadas estructuras institucionales, trabajar superando dinosaurios burocráticos que frenan todo intento por aportar savia nueva.

Tal como la definió Jacques Delors, nuestra Europa unida es un OPNI (Objeto Político No Identificado), una Europa sumida en la incertidumbre con respecto a las rutas que pueden seguirse para su integración: me-diante la unificación de los mercados o de la construcción de una unión política con vistas a una futura federación. La situación es producto de esta problemática y de la elección realizada por la UE. Europa apostó por el mercado, pues consideró que esta forma de integración era satisfactoria. Nos dejamos llevar por la ilusión de que lograría aquello para lo que los políticos europeos no estaban preparados: crear una unión política.

Renunciamos a crear instituciones políticas sólidas. Luego llegó la crisis y la Unión resultó ser muy vulnerable políticamente. Y, en cuanto a los mercados, que se suponían que favorecerían su integración, hoy la pisotean y tratan de reemplazar a la política como centro de toma de decisiones en Europa.

El punto débil radica en haber dado preferencia a los mercados; y ello no solo la vuelve impotente ante la crisis sino que, sobre todo, le impide pensar en el futuro. Hoy no existe ninguna visión que impulse el futuro de Europa. La Unión solo reacciona, y con indolencia, ante los problemas inmediatos, absteniéndose de dar un paso adelante. Asistimos a la tendencia contraria: la desintegración de la Unión entre el club de los países más fuertes y los más débiles.

La clase política dirigente afirma que quiere "calmar" a los mercados, pero de forma que los mecanismos sigan intactos y que, tras la crisis, esos mercados ocupen de nuevo el lugar de la política y de la integración. Ahí radica el mayor problema: los dirigentes gobiernan cada vez menos. Vivimos en una democracia dispersa e individualizada, donde el sálvese quien pueda triunfa, en la que a los dirigentes les cuesta determinar con claridad los objetivos de una comunidad ciudadana. Y crece el sentimiento de alejamiento entre los dirigentes y los ciudadanos.

Nuestra UE es una expresión flagrante de estas tendencias. Con el incremento dramático del paro, sobre todo entre jóvenes, la UE ya no es la garantía de una vida decente. El Estado del Bienestar europeo, uno de los pilares tradicionales de la democracia, sufre un desmantelamiento progresivo. El miedo a la pobreza y a la degradación social se extiende incluso a las sociedades relativamente inmunes. Carecemos de ideas sobre cómo salir indemnes.

En este contexto, la mejor opción es volver a los orígenes. La Europa unida era el proyecto político de la unificación del continente. Un proyecto para construir una federación de naciones en torno a un proyecto de futuro compartido. Una buena parte del poder se confiaría a la UE, bajo el control de las naciones. Resulta vital esta inversión. La Europa unida se construyó con la voluntad de los pueblos, de los que sin embargo se ha desviado. Solo logrará sobrevivir si los recobra. Hoy no solo se trata de salvar el crecimiento económico, sino también, o quizás sobre todo, de salvar la democracia de la Unión. Los ciudadanos europeos son los únicos que pueden hacerlo y lo harán si están convencidos de que merece la pena. Si se les propone un futuro y una política justa.