EL acto que hoy protagoniza la izquierda abertzale oficial tiene como objetivo dar a conocer cuál va a ser su ubicación en el contexto de un proceso de paz abierto que deberá gestionar el PP desde el Gobierno español. Inteligente reflexión, ya que al tiempo nuevo deben corresponder apuestas nuevas. Un tiempo nuevo que va a contar con elementos dinámicos que deberán ser encarados desde la flexibilidad y la sabiduría política.

La izquierda abertzale ha llegado a este momento después de una profunda catarsis derivada en buena parte de su aislamiento, de su insoportable acoso judicial y policial, y del tremendo lastre que la acción armada de ETA suponía para su desarrollo político. Parte fundamental de esa catarsis fue desplazar a la organización históricamente constituida en vanguardia para homologarse en el marco de juego de los partidos democráticos.

El documento que hoy presentará en el Kursaal constatará que para la izquierda abertzale el fin de ETA no supone el fin de toda violencia e interpelará a quienes, según su criterio, continúan utilizándola para que también la abandonen. Este planteamiento será un retroceso retórico, que lleva irremisiblemente al laberinto sin fin de la bilateralidad de las violencias, pero habrá que entenderlo como parte de la retórica de consumo interno. Retórica que puede interpretarse como lógica e irremediable de cara a sus bases, pero que supone dar pasos hacia atrás que con el tiempo habrá que desandar, lo que siempre resulta más complicado.

Introducirá el documento un concepto novedoso utilizado en procesos similares, referido al paso de un escenario de violencia y negación a un escenario de paz justa y duradera. Podría corresponder al concepto de "justicia transicional", utilizado especialmente en Latinoamérica para países que salen de una dictadura y quieren transitar a una democracia. Aunque puede dar lustre y novedad al discurso, ese concepto va a tener difícil encaje en nuestro contexto. Hubiera sido más apropiado utilizar el concepto de "humanización" para encauzar cuestiones como el fin de ETA, el desarme, la modificación de la política penitenciaria y otros asuntos pendientes. En cualquier caso, sería cuestión de matiz.

Si el documento entra a esos otros temas por resolver como el repliegue de las FSE o los cambios legislativos necesarios, se trataría ya de cuestiones que sólo pueden solucionarse desde la política. Respecto al final definitivo de ETA, sería arriesgado dar por hecho que el proceso técnico de su disolución lo vayan a protagonizar la organización armada y el Gobierno. Puede que no sea así. Puede que se solvente con la cobertura política que le otorgan al Gobierno las Cortes españolas, a la que podría añadirse alguna forma de diálogo indirecto.

Sería decepcionante que el documento defendiera como previo a la reconciliación un acuerdo de convivencia democrática para el futuro; propuesta equivocada porque ambos conceptos no se pueden combinar de manera que se condicionen uno a otro. Ya se comprobó en procesos anteriores que esa mezcla es un error. Se trata de dos procesos diferentes que deben gestionarse de modo diferente, como queda reflejado en el acuerdo de Gernika en el que reconciliación y acuerdo político no se condicionan entre sí. Ni el debate de la memoria, ni de las víctimas ni de las vulneraciones de derechos humanos pueden entremezclarse con el debate sobre el derecho a decidir, y avanzar por ese camino contribuiría a eternizar la vinculación del debate político con el uso partidario de las víctimas. Es de esperar que el documento de hoy no mantenga este error.

Será importante que se proclame con claridad el respeto ante todas las víctimas, que se reconozca el dolor causado y que la izquierda abertzale asuma su parte de responsabilidad en todo ese sufrimiento, por acción u omisión.

Se ha avanzado que el documento propondrá una Comisión de la Verdad internacional e independiente sobre las consecuencias derivadas del conflicto político no resuelto, que podrá derivar en un Relato que abarque la razón de todas las partes.

Bienvenido sea el diálogo político para garantizar que el pasado no se va a repetir pero, insisto, con cuidado de no condicionar la reconciliación a su resultado, En su hoja de ruta, la izquierda aber-tzale oficial ha dado un nuevo paso. No va a ser fácil que se le entienda, ni tampoco va a ser fácil que traten de imponerla. Ni el Estado de Derecho, ni la Constitución, ni la legislación vigente son inamovibles, ni el Acuerdo de Gernika ni la Declaración de Aiete deben tener carácter totémico.

A fin de cuentas, seguimos a la espera de que ETA se disuelva para siempre y a ese pretexto se agarra la otra parte para impedir que la izquierda abertzale se resitúe con comodidad.