SEGÚN se puede comprobar, el advenimiento del PP al poder no ha tenido el carácter taumatúrgico que algunos incautos suponían, y la economía española sigue en caída libre mientras -para su desesperación- Mariano Rajoy va sumando parados a la lista del desempleo. Nada ha cambiado en el lúgubre panorama socioeconómico, ni el nuevo Gobierno español de la derecha ha supuesto avance alguno sobre el encefalograma plano que dejó Zapatero. Así que los ciudadanos ya se sienten saturados de escuchar y leer las mismas advertencias de que cualquier tiempo pasado fue mejor, que esto pinta mal y, además, para rato.
Ahora parece que los políticos y sus ecos mediáticos comienzan a ser conscientes de que el 20 de octubre de 2011 ocurrió en este país uno de los acontecimientos más importantes de las últimas décadas; un acontecimiento que, quizá por demasiado esperado, o por demasiado temido, o por haber sido desplazado por los temas que tocan directamente al bolsillo, no fue solemnizado ni digerido como debiera. El anuncio de ETA del abandono definitivo de su actividad armada no solamente era la noticia más ansiada por la sociedad vasca durante demasiado tiempo, sino que además abría un tiempo nuevo en el que iban a jugarse bazas absolutamente trascendentales para nuestro futuro en paz y en convivencia.
Comprobado que lo de la crisis económica es tejer y destejer y, sobre todo, que en última instancia su resolución no depende de nuestros gobernantes sino de quienes en realidad gobiernan a saber en qué despachos financieros, ha llegado el momento de que quienes debían ocuparse de gestionar ese nuevo tiempo comiencen a remangarse y pisar un fango en el que no hubieran querido ni entrar.
Quienes hasta el momento han preferido mirar hacia otro lado y menospreciar el inmenso giro de los acontecimientos han descubierto el interés político que puede proporcionar la gestión adecuada de la nueva situación en Euskadi. Siempre a remolque de los acontecimientos, siempre bastantes pasos por detrás de la sociedad, los gobernantes comienzan a tomar posiciones.
Por lógico aprovechamiento de su radical cambio de estrategia, ha sido la izquierda abertzale tradicional la que ha tomado posición sosteniendo la tensión para encarar este nuevo tiempo en base a la movilización y a la activación del apoyo internacional consolidado en las figuras de la Comisión de Verificación y del Grupo Internacional de Contacto, presentes estos días en el País Vasco.
La contundente manifestación del pasado 7 de enero recibió, en primera instancia, la reacción tópica de sus oponentes. Como si nada hubiera ocurrido, como si lo de Bilbo hubiera sido una romería más, los adversarios tiraron de manual: "muy negativa", dijo el PSE; "exaltación de los criminales", ladró UPyD; "más de lo mismo", menospreció el PP. Pero esta vez no les valió. El clamor por los derechos de los presos vino a poner el acento en una de las asignaturas pendientes tras el fin de la violencia de ETA, y los cálculos políticos posibilistas enturbiaron las aguas tranquilas de la respuesta a piñón fijo.
En las últimas semanas hemos asistido a una auténtica ceremonia de la confusión, al espectáculo de los políticos de PP y PSOE cotorreando una cosa y la contraria, contraponiendo promesas de generosidad a las rígidas advertencias de la pura ortodoxia antiterrorista y tiñendo este confuso panorama con declaraciones teñidas de la más sorprendente heterodoxia. Ha llegado, pues, el momento de tomar posiciones, y para ello poco importa la coherencia.
Iñigo Urkullu, en una entrevista de dos horas, arranca a Mariano Rajoy el compromiso de trabajar por la paz desactivando el piñón fijo de la intransigencia mientras el presidente español, de paso, volvía a humillar en Madrid al lehendakari López a quien apenas dedicó media hora de cortesía.
Los donde dije digo han sido casi sincronizados por parte de los portavoces gubernamentales, pasando en una semana del ningún movimiento hasta la disolución de ETA a las promesas de generosidad, del nada ha cambiado al reconocimiento de que todo ha cambiado. Y cuando aquí se refiere a portavoces gubernamentales no solo hay que referirse a Madrid, sino al movimiento espasmódico de Lakua apelando de repente a las reivindicaciones habituales de cambio de política penitenciaria por parte de las formaciones políticas abertzales.
Y la guinda: de nuevo toma posiciones Jesús Eguiguren demandando los acuerdos de Loiola en base a una Constitución vasca y la creación de un órgano común con Nafarroa. El presidente del PSE pretende hacerse un hueco para que su partido no se quede fuera de juego ante unas próximas elecciones autonómicas que apuntan a una pugna a dos entre abertzales.
Todo el mundo quiere situarse ante el fin definitivo de ETA, por más que se haya menospreciado la tarea de los verificadores internacionales. A saber si no han recibido ya la visita de los emisarios de Interior para ponerse al día.