Ya se sabe que el popular refrán castellano canta que cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pongas las tuyas a remojar o dicho en roman paladino, que ajustes, recortes, restricciones y otras similares formas de denominar las consecuencias de la brutal crisis financiera que nos asola ya están aquí y que ya nada será como antes. Apagados los acalorados fragores de la campaña electoral, uno de los mensajes políticos que ha quedado flotando en el ambiente y que aletea de vez en cuando es el del cierre, reducción o recorte de los dineros públicos destinados a financiar las radios y televisiones autonómicas que según datos del sector generan una deuda anual de 800 millones de euros. El actual modelo autonómico es consecuencia de la voluntad política de trece parlamentos que decidieron dotarse de esos medios, necesarios en aquel momento para la defensa de idiomas propios y estructuración de las sociedades en un nuevo horizonte político, tras 40 años de dictadura. Se entendía que las radios y televisiones autonómicas apostarían por la información de cercanía, la divulgación de valores culturales propios y la personalidad de cada comunidad. Hoy es momento de cifras y por ello se denuncia que las televisiones autonómicas salen más caras que RTVE y el horizonte se dibuja incierto ante las voces que piden cambiar el marco legal y cerrar o privatizar las emisoras públicas. Frente a la defensa de la necesidad de las autonómicas se oyen frases lapidarias como "son un exceso". Ya no se trata solamente de hacer mejor los números sino sobre todo de repensar el modelo y en este punto hay que ir pensando en mojar las barbas porque la navaja de Fígaro está presta para la acción. De momento, el sistema de doble financiación puede romperse como ocurrió con TVE, lo que complicaría más el panorama. Pero es lo que viene.
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