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Señor

Posiblemente -qué digo posiblemente, seguro- Javier Krahe es la persona que más admiro de este planeta. Digo persona, porque artista tengo dos que están por delante, pero sólo dos. De entre las personas que no conozco personalmente -que diría el Catarede Montalbano-, es Krahe la que siempre tendrá mi más plena y absoluta admiración vital, aquella a la que me querría parecer de mayor, si es que Krahe es mayor, que no. Krahe es la persona más inteligente a la que he oído hablar, si por inteligente entendemos aquel que es capaz de utilizar su talento para hacer disfrutar y pensar al prójimo, trabajar lo menos posible, necesitar lo menos posible y tirar con eso infinitamente más contento y pleno que si se tuviese todo lo que en teoría ofrece lo material. Krahe -lean su biografía, vean el documental que se le dedicó- es -sin discusión- un genio, muy por encima de otros compañeros que han hecho fama y dinero a espuertas sin alcanzar ni de lejos su capacidad como letrista -esto lo dice Sabina, no yo, reconociendo lo evidente-. Me crucé con él hará ocho años en un pueblito de Cádiz donde tiene una casa y, lógicamente, no le dije nada, porque lo mismo le molestaba mientras pensaba un verso. Se perdió en la noche, flaco y elegante, rumbo a donde quiera que vayan los genios a rumiar sus versos. Unos cuantos revenidos de la vida le han puesto una demanda por cocinar un cristo en 1978 y el fiscal le pide 192.000 euros. Yo 192.000 euros ni los he visto ni los veré nunca, pero si me dicen un número de cuenta donde haya que ingresar lo que me alcance, estaré encantado de la vida de que su altísima no tenga que andar preocupándose de tonterías como el dinero, como no tendrían que preocuparse por él los pocos y escasos genios totales que nos quedan. A sus cansados pies, señor.