Al hilo de los regalos con los que le acosaban las autoridades cada vez que visitaba una ciudad con su banda de jazz, Woody Allen decía en Wild Man Blues: lo peor son los alcaldes. El gran Woody regresaba a Brooklyn cargado de armatostes y se los entregaba a sus ya por entonces nonagerios padres, que al parecer si bien no apreciaban en nada el valor de los artefactos sí que valoraban el hecho de que su hijo fuese halagado y obsequiado. En nuestra sociedad ocurre al revés. De abuelos e incluso padres -algunos- halagables ya estamos en ocasiones en la tercera generación, lo que es para darse un par de tiros. Ya andan por ahí un par de nietas de Lola Flores -una hija de Lolita y la otra hija de Antonio Flores, el único con talento de los hijos de la Flores-. Pero la palma, con diferencia, se la lleva la familia Dominguín-Bosé, que seguirá vendiéndonos sus productos allá por el 2.500. No contentos con tener que aguantar a Miguelito, al que al menos hay que reconocerle que escribió una canción tan hortera como Superman, tuvimos que tragarnos a Paola, a Lucía y ahora hay que hacer lo propio con la tal Bimba y con un estreptococo que intentaron colarnos el año pasado, hermano de la tal Bimba, que creo recordar que se hacía llamar Olfo. Pero el summun lo contemplé la otra tarde cuando en mitad de un anuncio ese actor tan pésimo que es José Coronado tuvo los santos de presentarnos como co-protagonista del anuncio a su hijo Nicolás, a la sazón hijo suyo y de la susodicha Paola Dominguín Bosé. "Este es mi hijo Nicolás". Y el tal Nicolás se ponía a hablar de que había que ayudar al tercer mundo o no sé qué. No sé, el abuelo se murió y nos dejó con todos estos obsequios. Luego siempre dicen que el apellido les resultó un lastre. Lastre os iba a atar yo a todos.