Era una autoridad en bioética. Llegó al plató acompañado de un perro y el presentador, tras una breve introducción de cortesía, bastante atropellada y artificial, le preguntó si prefería a las personas o a los animales. Así, sin sedación. Congeló su respuesta un instante, mirando al fulano y acariciando a Ron, consciente de que la pregunta estaba diseñada para subir la audiencia y se la acababa de hacer el más tonto del álbum. La cuestión carece de sentido, pero sí le diré algo: he conocido a muchos animales que tenían mucha más dignidad que otras tantas personas. Esto es objetivo. Ya, pero llegado el caso, ¿salvaría a una persona o a un animal? -sonrió con impertinencia-. Esa ya es otra cosa, una cuestión totalmente subjetiva y que, como tal, puede llevar a una respuesta u otra, dependiendo de cada caso y circunstancia. Para que me entienda -volvió a acariciar a Ron-, he criado, cuidado y querido a este animal. Él me ha correspondido con todo lo que tiene: su lealtad incondicional. Me cae infinitamente mejor que usted y Ron no dudaría entre otro congénere y yo. Sin embargo, si yo tuviera que decidir entre salvar a Ron o a usted, tomaría una decisión de la que probablemente me iba a arrepentir cada vez que bajara solo al parque. ¿Le he respondido? Ya me dirá qué tal la audiencia.