Mikel Oyarzabal constituye el auténtico buque insignia de la Real Sociedad. No es sólo lo que hace en el campo, impagable y, a decir verdad, parece que sin límites, sino lo que dice. Cada aseveración que profiere es una auténtica declaración de intenciones y además predica con el ejemplo: se puede ser feliz en el equipo txuri-urdin sin tener que emigrar a otros pagos. Deportivamente, salvo quizás en los lanzamientos desde los once metros, no es el mejor en ninguna faceta del juego, pero aglutinando todas sus virtudes es un todoterreno que además recita perfectamente la ley del futbol: el gol. A principios de los ochenta, un periodista de la NBA definía así a un jugador neófito en dicha liga: “Es un blanco que corre poco y no salta, pero llegará lejos”. Pasados dos o tres años, el mismo periodista se refería al interfecto en los siguientes términos: “Es un blanco gordito que corre poco y salta menos... pero es el mejor”. Estaba definiendo a un tal Larry Bird. Diferenciando los deportes, y salvando las distancias, así es nuestro Mikel Oyarzabal.