¡Campeones! Decía un filosofo que Dios es bueno a veces, y a fe que esta vez lo ha sido. En el estadio de la Cartuja de Sevilla, que por algo tiene un sabor especial, el equipo txuri-urdin satisfizo los anhelos de varias generaciones que no habían conocido a la Real campeona. El fútbol en estado puro se impuso al ramplón y fullero. Ahora nos queda afrontar un reto todavía más importante, por lo que nos va en el envite: soslayar celebraciones que agraven la ya de por sí depauperada situación sanitaria motivada por la pandemia que nos asola desde hace más de un año, para de esta forma frenar su siniestro avance. Tiempo habrá para celebrar los fastos, aunque soy bastante escéptico en este detalle. Termino: que el eco de esta histórica victoria, por todos los aditamentos que ha concitado, llegue tanto hasta los predios en que se encuentre mi difunto padre, como a un mártir llamado Aitor Zabaleta y a todos aquellos amigos que he dejado en el camino.