Cada día en todo el mundo, y con pulcra discreción, se incorporan al mercado laboral cientos de robots industriales y máquinas inteligentes apropiándose de miles de puestos de trabajo y enviando a la jubilación anticipada y al paro a millares de asalariados. No hay que tornar al ludismo del XIX y destrozar la maquinaria que destruye empleos, pero sí resolver esta imparable robotización, cuestionándonos qué tipo de sociedad anhelamos: una conflictiva, con legiones de parados sin cobrar prestación, u otra solidaria que implemente la polémica renta mínima garantizada para que las personas que no logren trabajo perciban un mínimo vital digno.Y siempre es opinable la forma de llevarlo a cabo, aunque siendo España un Estado social que recauda siete puntos menos que la eurozona, sin duda lo justo sería que quienes más han obtenido de la sociedad lo costeen, y que las máquinas destructoras de empleos coticen por los trabajadores que arrojan al castrante y gélido averno del paro.