Aunque sea precisa una gran dosis de nobleza de espíritu y una gran entrega para ejercerlos con dignidad, no me voy a referir a los periclitados títulos nobiliarios sino a unos escalones vitales mucho más comunes pero no por ello más sencillos de alcanzar: los roles en el seno de la familia.

Progenitor/a: graduación, por lo general, demasiado fácil de obtener para la gran trascendencia social que conlleva. Es como si los carnés de conducir se obtuvieran en una rifa.

Padre/madre: exige una formación tal que permita transmitir los hábitos y valores necesarios para llevar una vida adulta autónoma y feliz. Lo cual no es moco de pavo, pues es preciso poseer uno mismo dichos criterios y costumbres. Además, en esta sociedad actual, es dificilísimo inculcar la honestidad -premisa ineludible de la felicidad-, pues desde la cúpula cae un manto de corrupción que todo lo inficiona. La gran feminista Simone de Beauvoir afirma que haber parido una criatura no equivale a querer a los hijos. Querer supone entrega y dedicación, y no todo el mundo sabe o quiere darse. De ahí que existan madrastras excelentes madres y madres amadrastradas. Ocurre como en las parejas: para poder vivir del amor, hay que amar.

Hijo/a: no por haber nacido se alcanza la graduación de hijo/a. Séneca dijo: "cuentan entre los bienes, los hijos respetuosos..." y hoy en día ni siquiera las formas del respeto se mantienen pues no se cultiva el agradecimiento por la abnegación recibida. Solo se conocen los derechos filiales pero no las obligaciones aparejadas.

Abuelo/a: este doctorado solo se obtiene difícilmente, pues quien no tiene hijos/as respetuosos no puede llegar a tener nietos/as. Todo lo más, algunos alcanzan el título de "atabalados-encargados-de-guardería". Eso sí, una vez conseguido, el grado de ternura, admiración y comunión mutua entre abuelos y nietos puede colmar de gozo a ambas partes.

La economía influye enormemente en la evolución social y, en el mundo occidental, la célula productiva hace tiempo que dejo de ser La Tribu, para ser La Familia y, tras la Industrialización lo es El Individuo, de ahí que Nietzsche hiciera una interesante mención a la virtualidad de la barandilla familiar cuando dijo: "Así como para pasar junto a un precipicio o cruzar un profundo arroyo sobre un tronco se precisa una barandilla, no para asirse a ella -pues enseguida se rompería-, sino para darle a la vista la sensación de seguridad, así de joven ha uno menester personas que inconscientemente nos presten el servicio de esa barandilla; verdad es que no nos ayudarían si en un gran peligro quisiéramos realmente apoyarnos en ella, pero dan la tranquilizadora sensación de una protección cercana (por ejemplo, padres, maestros, amigos, tal como son de ordinario todos ellos)".