Me he decidido resumir esta obra editada por Txalaparta para hacerla divulgativamente asequible, con sabor de actualidad.

La sociedad vasca de la Edad Moderna presentaba paralelismos con otras sociedades del entorno, pero también ofrecía singularidades no sólo en virtud de la estructura económica, de su configuración social, de su evolución demográfica y de su trayectoria histórica, sino especialmente debido a su peculiaridad político-administrativa-institucional, la foralidad, de su cultura original, principalmente la lengua euskerica, de la persistencia del derecho pirenaico, de la resistencia a conquistas y dominaciones y de su situación dependiente de dos Estados.

No convendría tampoco olvidar que esa sociedad vasca, aparentemente estable, mostraba una situación engañosa. Bajo el manto falazmente igualitario de la hidalguía universal se escondían desigualdades sociales. Es indubitable la existencia de campesinos con escasos predios o ninguno, sirvientes, morroi e incluso collazos. En la propia familia se podían producir diferencias entre el ostentador/a del mayorazgo y el resto de los hermanos, obligados a elegir la clerecía, la burocracia, el ejercicio de las armas, la emigración o la supeditación al jauntxo. Por otra parte, no cabe negar la existencia de una oligarquía dirigente, progresivamente detentadora del poder. Es interesante mencionar también los fuertes lazos de solidaridad comunal existentes en las poblaciones vascas. Y no deberíamos ignorar la lucha por el poder entre grupos oligárquicos en determinadas zonas.

Cualquier sociedad, por el hecho de serlo y estar conformada por seres vivos, incluye siempre una tensión latente. Si está veteada por una gran desigualdad y las posibilidades de superación de esa situación o de ascenso están bloqueadas o no existen canales neutrales para encauzar las disparidades, injusticias y reivindicaciones por las vías pacíficas (pleitos, concordias, acuerdos), los conflictos aparecen ineludiblemente. A veces los enfrentamientos se dirimían en los tribunales, pero no era lo habitual. Para que estallase un conflicto solapado en violencia abierta era preciso no solo un caldo estructural de cultivo, sino que, además, emergiesen precipitantes coyunturales y algún detonante, a veces anecdótico, para la eclosión final. Si añadimos que Euskal Herria estaba constreñida y dividida entre dos Estados, aún contando con la foralidad, que la dotaba de un margen notable de autogobierno, muchas tensiones derivaban o se originaban en motivaciones políticas. Por ello, los conflictos en Euskal Herria son muy complejos.

Sería pertinente establecer una triple gradación, tanto en la conceptuación como en la terminología. Las revueltas, motines, algaradas, levantamientos etc. formarían parte de un primer estadio, “de baja intensidad”, caracterizado por ser estallidos sociales, momentáneos, espontáneos, breves, que protestan contra un hecho concreto (impuesto, carestía, subida de precios....). La rebelión o la sedición supondría un levantamiento más persistente, dirigido contra las autoridades con el fin de dar un giro parcial al sistema de gobernar o sustituir algún cargo malquerido. Por último, la revolución conllevaría el intento consciente de transformar radicalmente el sistema social y de gobierno.

También sería necesario advertir que la explosión violenta de un conflicto precisa de un triple proceso secuencial. En primer lugar, unos condicionamientos estructurales de avasallamiento persistente. A ello habría que añadir algún fenómeno acosador coyuntural: malas cosechas, epidemias, precios altos de las subsistencias básicas etc., que actúan como engendradores e incrementadores del cabreo generalizado. Finalmente, un incidente azuza como catalizador y detonante del estallido violento. 

No es despreciable analizar el rumor y el pasquín como potencia histórica, puesto que actuaba como amplificador y difusor del conflicto, con fake news incluidas, como las actuales.

Nadie se lanza al ruedo de la disputa por espíritu de aventura, por afán de protagonismo o por avidez de esparcimiento. Cuando alguien inicia el camino de la contienda, es porque se halla impelido por ineludibles condicionamientos y por poderosísimas razones de toda índole.

En mi larga trayectoria como docente siempre apliqué a la hora de analizar cualquier acontecimiento histórico una metodología sencilla y lógica. Influyó en mi la metodología derivada de la escuela marxista heterodoxa inglesa y la integral de la Escuela Francesa. El procedimiento analítico adquirido integraba tres elementos a examinar: contexto o causas, desarrollo y consecuencias. Las primeras incluían las precondiciones estructurales de largo alcance, los factores coyunturales de medio e inmediato plazo y el detonante. El segundo paso contenía el desarrollo del conflicto que implicaba estudiar sus fases, objetivos, protagonistas, papel de los líderes, reivindicaciones, rumores etc. El último elemento a considerar eran las consecuencias: demográficas, económicas, sociales, políticas, ideológicas, logros, cambios, represión, damnificados, beneficiados etc. 

En Euskal Herria durante los siglos XVI y XVII los conflictos en general se mantuvieron dentro de unos límites soportables en gran parte debido a lo que el historiador Thompson ha denominado “la economía moral de la multitud”, es decir, la existencia de una norma no escrita tradicional, según la cual los precios de los productos de primera necesidad, especialmente los cereales, debían ser justos y razonables.

En el siglo XVIII, sin embargo, se produjeron cambios notables que alteraron la situación. Entre ellos los siguientes:

La oligarquización creciente de los ayuntamientos y Diputaciones.

La venta y privatización de los bienes comunales concejiles, de los que disfrutaban libremente los vecinos mediante roturaciones, pastizaje, leña y carbón.

La liberalización de los precios de los cereales en 1765, que benefició a los especuladores y perjudicó a las clases más menesterosas.

Los enfrentamientos internos entre los diferentes grupos oligárquicos, principalmente la burguesía mercantil e industrial costera y los jauntxos rurales.

El paulatino endeudamiento y aumento de la presión fiscal por parte de los Ayuntamientos para realizar pagos extraordinarios, sobre todo los provocados por las guerras.

El intervencionismo centralista de las dos Coronas borbónicas, la española particularmente.

El control del contrabando, una importante fuente de ingresos para los habitantes de los territorios vascos, por parte de las Hacienda Real. 

La eclosión revolucionaria de 1789 que penetró con mal pie en Euskal Herria en la Guerra de la Convención (1793-95). Los revolucionarios galos entraron a sangre y fuego en Iparralde. Invadieron por las armas gran parte de Hego Euskal Herria alardeando de ser ciudadanos libres e iguales. De la sorpresa se pasó a la confrontación.

Euskal Herria ha hecho gala, tanto en su fina epidermis como en el núcleo duro de su dilatado proceso histórico, de una afilada sensibilidad frente a injusticias, y agravios. Se ha dotado de una contumaz rebeldía ante cualquier intento de conculcación de sus derechos y ha hecho frente a las tentativas de dominación, conquista e imposición.

Este libro puede suponer un aviso a navegantes actuales, pues la historia suministra claves para entender el presente y encauzar el futuro. El caldo de cultivo de una algarada, revuelta o revolución es un mar en calma aparente. Pero, si bajo la superficie deambulan acechantes estos cuatro tiburones: desigualdad, opresión, pobreza e injusticia, y la coyuntura es idónea, cualquier detonante provoca la violenta respuesta. De todas maneras, en las democracias actuales, con unas clases medias enojadas e inermes ante los retos actuales y con un humor social exasperado, las alteraciones son mucho más complejas y más difíciles de analizar en su etiología, sintomatología, morfología. El fascismo contamina tanto que hasta los pobres quieren ser fascistas. Hay algo peor que vivir explotado y es votar por el explotador. Ciertamente el ascenso de neofascismos excluyentes, de liderazgos infamantes, de izquierdismos desorientados, de imperialismos agresivos, de colonialismos expoliadores, de neoliberalismos depredadores, de pseudodemocracias autocráticas, de teocracias solapadas, de nacionalismos subestatales ninguneados, de diferencias sociales crecientes y de democracias debilitadas existe un caldo de cultivo preocupante. El trumpismo es el nuevo covid infeccioso, de tal manera que la combinación de intimidación legal y extralegal, la subversión de la legitimidad, la exclusión institucional, el incremento del militarismo y el culto a la personalidad configuran un ecosistema donde la información crítica es tratada como sedición. Semeja que en el mundo actual hay dos modelos: o avanzar para atrás o retroceder para adelante.