Estamos seguros de que el reciente robo en el Museo del Louvre ya habrá puesto en marcha a multitud de guionistas, directores y productores, que correrán raudos para ser los primeros en llevarlo a las pantallas. Máxime teniendo en cuenta la manera de ejecutarlo. La noticia ha servido además para que los medios rememoren otras sustracciones cometidas en diversos museos del mundo a lo largo de la historia, entre las cuales la más conocida sea tal vez la de la Mona Lisa en 1911.
También se le llamó robo a la acción del gran Joseba Elosegi en el Museo del Ejército de Madrid en junio de 1984, pero en realidad se trató de una recuperación, de un rescate lleno de dignidad. Recordemos: Elosegi, entonces senador del PNV –más tarde también lo fue representando a Eusko Alkartasuna– entró al citado museo y se llevó una ikurriña incautada al batallón Itxarkundia en la guerra del 36. Se trató de una gesta más en la apasionante vida de este antiguo capitán de gudaris del batallón Saseta. Por ejemplo, la colocación de una ikurriña en el Buen Pastor en 1946. Aunque la más conocida la realizó en 1970 en el frontón Anoeta cuando, rociado su cuerpo con alcohol, se prendió fuego y se lanzó en llamas ante el dictador Franco gritando “Gora Euskadi askatuta!”. Evocaba así las llamas de Gernika de 1937, de las que él mismo había sido testigo directo.
Estas dos acciones le costaron cárcel y exilio, no así la del museo, ya que la comisión de suplicatorios del Senado rechazó por tres votos a dos la petición realizada por un juez. La echó atrás por defecto de forma, pero no sin antes sermonear que lo que Elosegi había hecho no estaba bien. Sobre el paradero de aquella ikurriña circulan versiones diferentes, pero sería deseable que apareciera y se pudiera exponer al público. Como también sería acertado que la iniciativa de otorgar una calle a este irreductible donostiarra llegara a buen puerto.