Tranquilícese el lector, porque no nos vamos a poner aquí a disertar en torno a José Stalin y su obra a propósito de Lenin; menos aún acerca de la peculiar manera que instauró el de Gori de forzar autocríticas a los que suponía enemigos internos, que solo servían para justificar que se los iba a cepillar. Tampoco nos disponemos a sermonear sobre a la enumeración de pecados que los católicos realizan ante sus confesores, lo cual no deja de ser otra manera de hacer autocrítica. No, hoy, precisamente hoy, toca hablar de la Real Sociedad y de periodismo.

Es Mikel Recalde una de nuestras grandes referencias en esto de informar y opinar sobre el club Txuri Urdin. Más aún desde que nos dejaron históricos como el añorado Iñaki de Mujika. Ciertamente, como cada uno de nosotros somos un patético entrenador en potencia, un sabihondo futbolero al que no le cabe la menor de las dudas sobre fichajes, alineaciones y tácticas, resulta imposible que coincidamos al cien por cien con los profesionales de la comunicación que se dedican al tema. Pero tengo para mí que las opiniones de Recalde se acercan mucho a lo que la forofada piensa, pensamos. Es por ello por lo que nos dejó desconcertados su crónica tras la semifinal de la Copa contra el Real Madrid jugada en Anoeta.

Pero pasaron pocos días antes de que, en una lección magistral de periodismo, realizara un sincero ejercicio de autocrítica que muy pocos son capaces de realizar. En realidad, no era la primera vez se desnudaba ante sus lectores. Terminado el mandato del anterior presidente del club, Mikel Recalde, que fue uno de sus valedores mediáticos, se propuso pasar página, pero no sin antes escribir un brillante –incluso emotivo– descargo reconociendo la excesiva fe y credulidad que tuvo para con aquel peculiar personaje chinesco. Ojalá que su próxima autocrítica consista en que, arrastrado por la euforia, les puntuó con un desorbitado 10 a todos los que jugaron en Manchester el día 13 de marzo. La desmesura sería peccata minuta.