No sé si le servirá de consuelo al alcalde Eneko Goia, pero el empeño de dibujar a Donostia como una ciudad apocalíptica no se circunscribe únicamente a la capital de Gipuzkoa. Se trata de una estrategia reconocible, diseñada por las derechas carpetovetónicas de todo el mundo. Las campañas de las pasadas elecciones municipales y autonómicas fueron ya un anticipo de lo que se avecinaba, y no parece que vayan a ceder en su afán quienes tan cómodos se sienten en el barro que generan. No han llegado aún aquí acusaciones como las de Donald Trump acerca de los migrantes de Springfield, Ohio, que según el nuevo presidente comen gatos y perros; pero quién sabe. Envalentonados como están todos, no lo descartemos.

Ciertamente, vivimos en una sociedad polarizada al límite en temas como la migración y la seguridad; una situación en la que los matices han dejado de tener sentido. Es en este contexto en el que sectores que dicen combatir al facherío se niegan a aceptar que problemas, haberlos haylos. Es más, no dudan en tachar de racista y reaccionaria a esa parte de la ciudadanía que levanta la voz ante situaciones conflictivas que afectan a su día a día, confundiéndola perversamente con la derechona organizada que está ahí para sacar tajada. No deja de ser paradójico que esa parte de ciudadanía aturdida represente mucho más a la clase trabajadora que la mayoría de la gente que les echa la bronca, precisamente en nombre de la clase trabajadora.

La situación, endemoniada a más no poder, requiere liderazgos políticos y sociales. Pero exige también que quienes nos representan dejen de actuar mirando constantemente al marcador electoral, a la calculadora de votos. Y que procedan con coherencia, independientemente de la filiación política de la persona que detenta la alcaldía del lugar. Porque resulta desalentador que partidos que claman mucho en Donostia, por ejemplo, hagan mutis por el foro cuando situaciones parejas, incluso peores, acontecen allá donde ellos gobiernan.