Si hoy apareciera por estos lares una persona que nada sabe sobre nosotros, nos preguntaría si tenemos dos banderas, cuál de las dos es la nuestra o si existe un conflicto en torno a ellas. Ciertamente, el acelerón que han dado algunos en su proceso de instauración de la bandera de Nafarroa como compañera de la Ikurriña llama poderosamente la atención. Es más, hay quien habla ya abiertamente de sustitución. Obvia decir que toda persona es libre de pelear por aquello que considera oportuno, pero no puede uno dejar de manifestar su asombro y preocupación por los razonamientos que le llegan últimamente.

Leo que la Ikurriña es un símbolo bizkaitarra. Dolorosa coincidencia con los argumentos que históricamente han utilizado en Nafarroa personajes como Aizpun o Del Burgo. La cuestión sería a tomar en consideración, si tal reparo se hubiera planteado, por ejemplo, cuando hace ocho décadas emergió un nuevo sector abertzale que rompió con el jelkidismo; pero es evidente que su lucha por la Ikurriña ha estado siempre presente en todo este tiempo, especialmente en Nafarroa, por lo menos hasta bien entrado el siglo XXI. Se nos habla también de división territorial, pero extraña también que sea ahora cuando asoma tal pega, tras 45 años de Estatuto de Gernika, a partir de cuya aprobación la de la Ikurriña ha sido una batalla constante en toda la nación. Sin olvidar la gran conquista que supone verla en casi todas las instituciones de Iparralde.

“Gurea, Ikurriña”, se nos decía en pancartas y pegatinas. Y es que se trata de una bandera reconocida internacionalmente como símbolo de Euskal Herria entera, gracias a más de un siglo de lucha. Romper el consenso construido, bien sea por arriesgados tacticismos, bien por un proceso hegemonista mal entendido, sería un error de difícil reparación. Como ciudadano de a pie me gustaría saber a qué responde todo esto, porque resulta difícil de creer que se trate de un movimiento espontáneo. Parece necesario que todos pongan las cartas encima de la mesa.