En el último número de la revista Hermes, Joseba Iñaki Sobrino nos ofrece un interesante análisis sobre lo que él denomina distorsión de la representación política en el régimen electoral de la Comunidad Autónoma Vasca. Concretamente, detalla cómo habrían sido los repartos de escaños de las elecciones al Parlamento Vasco y las Juntas Generales de los tres territorios si hubieran regido otras normas en lo concerniente al número de circunscripciones, al porcentaje mínimo de voto exigido para entrar en el reparto y a la distribución de electos por territorio en función de la población. A nadie le extrañará saber que nuestra historia política habría sido otra con la mera introducción de modificaciones en alguna de las citadas variables, aunque también es cierto que nunca sabremos si la ciudadanía habría votado igual bajo diferentes premisas.

No es esta cuestión baladí, porque condiciona de manera clara el futuro de muchas instituciones. Sin ir muy lejos, con el mismo resultado pero diferente ley electoral, en Italia estaríamos tal vez hablando de un gobierno diferente al que arrancará en breve. Un poco más lejos, en los EEUU se celebrarán en noviembre unas elecciones cruciales que han tenido como preámbulo descarados ejercicios de gerrymandering, que no es otra cosa que la manipulación de circunscripciones, su unión y división en beneficio del partido que domina cada estado. Son solo dos ejemplos que demuestran la decisiva importancia de las reglas de juego.

Es por todo ello por lo que a uno le sorprende el escaso debate que existe entre nosotros sobre este crucial asunto. Exceptuando las modificaciones de 1987 sobre circunscripciones de las Juntas Generales, fruto en cierta medida de la escisión del PNV, y la de 2000 para reducir al 3% el porcentaje mínimo para acceder al Parlamento de Gasteiz, nada más. Tal vez sea mejor así y sea de agradecer el sosiego, pero no deja de extrañar tanta quietud en un país donde se discute con vehemencia acerca de todo.