El título del artículo no pretende identificar a los sindicatos como coautores de la situación que se expone. Conocido es, que desde finales del siglo XVIII, con la Primera Revolución Industrial en Inglaterra, la clase obrera comenzó a movilizarse, aunque no fue hasta mediados del siguiente siglo cuando se constituyó el primer sindicato en el Reino Unido. Creo que poca gente pondrá en duda la labor del sindicalismo a favor de la clase trabajadora, aunque a veces nos pueda parecer que gozan de demasiado poder, pero precisamente, de eso se trata en este artículo.
Estos días estamos viendo en prensa que analistas de reconocido prestigio se expresan de forma casi apocalíptica sobre la situación del mundo, apuntando directamente a los responsables. Unos, criticando de forma inequívoca la insolvencia de los partidos políticos por motivos que todos conocemos (ansia de poder, vanidad, etc.), y otros, identificando las bases que generan la caótica situación por la que atraviesa el mundo (codicia infinita de las élites, apoyo a la industria armamentística y financiación de las guerras, incidencia de los fondos de inversión, etc.). También comentan que “todos sabemos que los gobiernos nunca han defendido a las mayorías”. Y no muestran resquicio alguno como indicio que la situación pueda reconducirse.
En diversos artículos hemos defendido posturas similares a las descritas por dichos articulistas, pero nunca hemos tenido el valor de decirlo tan claro. Criticamos un neoliberalismo que campa por sus respetos desde hace décadas, a lo que nos responden que es evidente que los gobiernos, sean del signo que sean, intervienen en operaciones mercantiles de interés público (léase la fallida compra de Talgo por la compañía magiar Ganz-MaVag), pero, de hecho, ¿alguien duda que los fondos dominan el mercado? Si los fondos de inversión dominan realmente el Banco Sabadell, y a pesar de las intervenciones de las entidades públicas como supervisoras, ¿no creen que la absorción por parte de BBVA se llevará a cabo? Hace más de un año leíamos con júbilo que la Comisión en Bruselas había nombrado un comité de economistas para analizar posibles nuevos modelos macroeconómicos alternativos. ¿Han oído algo más al respecto?
Lo mismo ocurre con la sacrosanta democracia. Llevamos más de veinte siglos con ella. La Antigua Grecia, el Imperio Romano, luego un largo período de oscurantismo con los escolásticos (aunque hay que reconocer que hicieron de puente entre las culturas de aquellas civilizaciones y el Renacimiento), y luego llegó la Ilustración que puso las bases de nuestra democracia, que ha ido afinándose o adecuándose a los tiempos. Pero ¿creen ustedes que los de a pie contamos para algo? Nosotros votamos al que más se aproxima a nuestros intereses, y ¡olvídate! Ya Platón decía que “incluso la democracia se pierde por un exceso de democracia”, y esto tiene su lectura.
Immanuel Kant decía que “todos somos responsables de la situación del entorno”, y en cierta medida ello es cierto; pero en realidad, ¿Cuál es el margen nuestro de maniobra para ejercer algún tipo de presión? Hace cerca de dos décadas hubo manifestaciones en más de 400 ciudades de los Estados Unidos abogando por el control y la limitación de la industria armamentística. Duró dos fines de semana. ¿Sabe alguien quién paró las manifestaciones? Y es por esto lo del título del artículo. Si, como decíamos, los gobiernos nunca han defendido los intereses de las mayorías, ¿qué pasa con los sindicatos? Ya sabemos que lo suyo es defender las posiciones trabajadoras, pero…, ellos sí que representan a la gran mayoría.
Se imaginan a nuestros líderes sindicales, asumiendo que no estén también sostenidos por las mismas élites, reunidos en cualquier ciudad europea, quizás Bruselas, con sus homólogos europeos y norteamericanos reclamando: a) limitación de la industria armamentística a la defensa del país que la produzca y control real de venta de armas a otros países. b) regulación de los movimientos migratorios, sin olvidar la deuda que tenemos con África, Asia y Centro/Sudamérica, a los que hemos masacrado y expoliado durante siglos. Que, además, nos son imprescindibles para cubrir el descenso demográfico que acusamos en occidente durante las últimas décadas. c) Rigor en las medidas y realismo en la aplicación de los procesos para corregir la degradación ambiental.
Pero lamentablemente, como decían los referidos articulistas, “es difícil prever una reconducción del actual sistema neoliberal que nos lleva a una hecatombe de dimensiones inimaginables”. Y viene a cuento el último párrafo de mi libro Un largo viaje. Del homínido a la Inteligencia Artificial: ¿Qué pensará nuestra madre Lucy –primera homínida– del devenir de su prole? ¿Habrá valido la pena nuestro desarrollo cognitivo, señor Darwin?