A mi más tierna edad y en mi adolescencia cuántas veces habré oído eso de sí, ¿qué pasa? después de que alguien me hubiera hecho alguna putada. Incluso de mayor me ha ocurrido. Sería porque era chiquito y debilucho, pero pocas personas más que yo habrán oído en su vida esa expresión. Lo mismo tras robarte el bocadillo, sacudirte una bofetada para echarte del frontón que ocupabas o darte una patada porque tus aitas le habían pencado en algo. Cada vez que les protestabas por el daño producido, te contestaban, sí, ¿qué pasa?

Era expresión de suficiencia que las ejecutaban personas que querían mostrarse superiores, por encima del bien y del mal haciendo daño porque les apetecía hacerlo, aunque fueran maldades e injusticias que nadie dudaba que lo eran, y que muchos en el fondo, sino admiraban, sí respetaban.

Se ve que esta tipología de individuos ha permanecido a lo largo de los tiempos, el problema es que, si antes formaban parte de una adolescencia mal entendida o directamente del mundo macarra, ahora se han ubicado en altas responsabilidades de la política.

Si pillan al novio de Dña. Ayuso defraudando vorazmente a la hacienda, independientemente de la locura desatada con el tema, ella, con tono madrileño, nos dice una y otra vez eso de sí, ¿qué pasa? Si cazan a D. Alvise, facha indeseable, con un montón de pasta en negro, proclama de forma nítida y seguramente con un cubata en la mano eso de sí, ¿qué pasa? En el fondo es la hipocresía de sentirse superiores al tiempo de saber que pecan, buscando miles de aplaudidores de su comportamiento en las redes, y lo peor es que los obtienen.

Y luego está D. Errejón, y mira que he leído veces su despedida, en la que jugando a superior intelectual nos suelta la inconmensurable hipocresía de echar la culpa al neoliberalismo, al patriarcado, al poder y al sursuncorda, sin mirarse a sí mismo. Ese modo de superioridad moral de decir que no quería pero me habéis empujado, es una sutileza de aquello de sí, ¿qué pasa?