En verano vuelve el monstruo del lago Ness. Ocurre en julio y agosto, porque se entiende que el resto del año las ocupaciones cotidianas impiden leer cuentos imaginarios. Como el monstruo escocés, los informativos repiten en estas fechas noticias pintorescas que cuesta creer, aunque parezca que son verdad. ¿Ha pensado, usted que vive felizmente solo en su casa, casarse con usted mismo? Pues es una nueva moda que promete no dejar a nadie soltero. La noticia, repetida temporalmente según la ausencia de temas sensacionales, es normal. Dejó de ser insólita la primera vez que se publicó. La novia se presenta a sí misma como libre y empoderada y con un gran amor a su yo. Enamorada total porque, según la dama, si uno no se quiere no puede quererle ningún caballero.
Lo que resulta muy especial es llegar al altar de blanco, con anillo de compromiso y con un cartel, más o menos visible, que pone: libre.
Esta autosuficiencia tiene una curiosa premisa, si la novia se encapricha de un hombre que se ame a sí mismo por encima de las cosas del mundo, es posible que el amor, un amor más complejo, puede volver a llevarla al altar, después de divorciarse de sí misma. Desconocemos dónde está este misterioso altar. La original mujer, que se exhibió en el telediario como si fuera una oferta para quien quiera optar a su persona, pretende ser una mujer libre, pero casada. Resulta un poco difícil, aunque la esposa duerma y viva feliz sin compañía. Lo que no termino de entender es por qué esta mujer, tan sumamente liberada, tiene que exponer su ideario en público. Claro que casarse con ella misma y sin que nadie le moleste en la cama no parece ser una mala idea. Hasta la soledad tiene que tener publicidad. Esta matrimoniada individualista obligará a la señora a no decir nunca que se aburre sola. Si es estricta en su decisión, no tendrá amigas.
El tema de las bodas es original. Recuerdo que, cuando tenía 8 años, una prima de mi padre se iba a Argentina como profesora de un colegio y, antes de marcharse, celebró la boda por poderes. Aunque me lo explicaran no entendí nunca que mi abuelo Damián, vestido de riguroso negro con un chaleco y su reloj de oro cruzado en el pecho fuese el novio de mi tía Isi y la llevase del brazo. Ella vestía un traje gris muy elegante y un pequeño sombrero. Después de la ceremonia, celebramos una comida especial y la docena de invitados brindamos con champán por los novios. Al día siguiente, acompañamos a Isi a Santurce para embarcar camino de Argentina. Recuerdo tristeza, por mucho que me explicaran que así las dos familias –la argentina del novio y la de Sestao de la novia– celebraban el día de la boda antes de separarse. El novio, ya convertido en marido, le estaría esperando en el puerto de Argentina. Según se separaba el barco del muelle, lloré mucho. Sabía que nunca iba a volver a ver a mi tía, así le llamaba, Isi. Muchos años después nos encontramos por Internet y sus hijos vinieron a conocerme. Había fundado con su marido un colegio y eran felices. Hay otras bodas menos románticas. La familia elige al novio o la novia, según sus necesidades económicas.
En China y Japón, deciden las estrellas. Se estudian los horóscopos y la carta astral de la pareja y, si la conjunción es buena, se realiza la unión, por supuesto, los novios no pintan nada. En Marruecos y más zonas del mundo, no se mira el sol ni las estrellas, solo el dinero que el novio va a recibir por la novia. El día de la boda se conocen por primera vez. Lo normal es que el novio sea un poco mayor para que la joven le cuide en su senectud.
Los teutones envolvieron las ceremonias en dulzura. El rito de la boda se celebraba en luna llena. Después de casados, entre lunas, debían de beber licor de miel durante treinta días. De esta costumbre ancestral viene la luna de miel, el primer viaje que hacen los recién casados.
De Irlanda viene la tradición celta de atar las manos de los novios con un nudo y la costumbre de llevar algo viejo, algo nuevo, algo prestado y algo azul. También en algunos pueblos se celebra la boda del penique. Los invitados pagan el convite y los novios la tarta nupcial. En Alemania, los novios tienen que llevar en los bolsillos sal y pan y después juntos han de serrar un árbol –me imagino que pequeño– para simbolizar la unión de la pareja. Los suecos, la sal la sustituyen por azúcar que irá dentro del guante de la novia. En India hay una costumbre francamente complicada, si la novia está influenciada por el planeta Marte tiene que casarse con un árbol y esperar a que sea talado para que termine el maleficio. Cuentan que en Polonia el velo de novia lo quita la madrina y lo remplaza por un pañuelo; al novio le quitan la corbata. Además, es costumbre llevar un trozo de pan cosido al vestido y un billete en el zapato para asegurar la prosperidad de la pareja. Los chinos, antes de retirarse a su cámara nupcial, hacen cuatro reverencias a los invitados.
Hay rituales inventados muy bonitos: en el ritual de la rosa, los novios se intercambian una rosa de tallo largo para recordarse mutuamente que tienen que seguir regalándose rosas; el ritual de la luz, encendiendo velas juntos; el del vino, bebiendo hasta emborracharse, otro de arena y de globos y farolillos de papel.
Si usted se casa en Las Vegas, no necesita ni padrinos, ni papeles. Puede casarse dentro del coche.
La señora que se casa consigo misma, si por una casualidad, leyera este artículo, pensaría que le faltan muchos ingredientes para ser feliz: sal, azúcar, un árbol, un velo blanco, una vela, rosas rojas, un cordel para atarse las manos a sí misma y, por supuesto, un tratamiento psiquiátrico que le ponga la cabeza en su sitio. Periodista y escritora