Fortún García de Arteaga nació a comienzos del siglo XIV y venía de otras vidas que llevaron antes su nombre, Fortún García, cuando eran Abendaño, o, más atrás, Gauteguiz. Heredó, como menor, una parte secundaria del patrimonio, una heredad de tipo agrícola en un lugar llamado Arteaga. Construyó allí una torre para mostrar mayor rango social y militar. Fue el primer Señor de Arteaga. Fue, que no solo de pan y de sangre vive el hombre, alcalde de fuero de Bizkaia.
Medio siglo después, Fortún García de Arteaga, nieto del primer señor y por eso tercero, obtuvo la “prebostedad de Vermeo” por la alianza matrimonial con los Areilza, de la que fue primer vástago. Le llamaron el Viejo, porque llegó a serlo en vida de su nieto que era el mismo Fortún García de Arteaga, pero más mozo.
Fortún García Arteaga, el Mozo, fue uno de los “testigos presentes a todo lo que dicho se es” en la adopción del Fuero Viejo de Bizkaia y fue activo cuando los del señorío “se alzaron” (la expresión es de ellos) contra su señor, el rey Enrique IV, y reconocieron como señora a Isabel, que luego fue reina. Estuvo presente en la jura de Fernando, en la jura de los enviados de Isabel y, finalmente, acude junto a otros a recibirla a los límites del señorío para acompañarla en su ruta juradera.
Otro medio siglo después, Fortún García de Arteaga era dos personas. Uno andaba por su señorío y, el otro, que era segundón de otra rama Arteaga que se unió a los Ercilla que llegaron desde Gipuzkoa con su hierro y sus buenas rentas, salió a estudiar a Salamanca y a Bolonia. Y fue allí profesor, y disputó y pleiteó con obispos, y fue diplomático y luego regente de Navarra y luego miembro del Consejo de Castilla y de la cámara de un emperador que era nieto de los reyes de sus mayores.
El profesor de Bolonia venía de muchas vidas, de su padre Ercilla y su madre Hermendurua, de sus abuelas Arteaga y Marzana, de sus mayores Muxica, Butrón, Areilza, Abendaño, Gautegiz y otros y otras que no sabemos. Como jurista quiso defender que en su tierra se valoraba la fidelidad a la palabra y a los pactos, “que no creo posible que esa fidelidad pudiera ser observada en ningún otro lugar más santa o más religiosamente. Y esto lo digo para que no le parezca absurdo a nadie oír hablar de la buena fe a un hombre que se ha formado en el culto a la fidelidad desde la misma cuna, no solo gracias a las actuales instituciones peculiares de su patria sino también gracias a las de sus mayores”.
Y por eso quiso Fortún García de Arteaga, que era él y era las generaciones que en su sangre y en su memoria habitaban, incluidos los que se habían alzado contra su rey por no respetar éste sus pactos, explicar el libro De los Pactos del Digesto para entender, entre otras muchas cosas, que los pactos están para cumplirse y más aún si comprometidos en jura, con más razón si se es monarca, pues de otro modo sería tirano y “al tirano no lo puede sufrir ni un hombre bueno, ni un espíritu ecuánime ni libre”.
500 años después, Fortún García de Arteaga vuelve por sus tierras en una nueva vida, cabalgando sobre dos libros que se presentarán juntos. El primero es una edición de 1523 de su obra De Pactis que ha adquirido las Juntas Generales de Bizkaia. El segundo es el mismo libro, pero es otro. Es la edición crítica del De Pactis traducida, editada por el Departamento de Gobernanza Pública y Autogobierno del Gobierno Vasco, el IVAP, el Instituto Globernance y la Fundación Iura Vasconiae. La voz de Fortún García de Arteaga volverá a sonar en una nueva vida.
Nadie quiera ver aquí más que un libérrimo juego literario. Pero si quiere conocer con mayor rigor la historia y su significado, le recomiendo el curso de verano que se celebrará en Casas de Juntas de Gernika los días 24 y 25 de este mes. Allí se presentarán esas dos obras que son la misma y distintas, de ese autor que es uno y otros muchos que antes y después de él cabalgamos con memorias de quienes, lo sepamos o no, nos construyeron.