Tiene el español esos términos que nos transportan directamente a la Roma de la república, cuando los ciudadanos se reunían para tratar asuntos de interés general. Eso era un comitium de donde nos viene el sinónimo de las elecciones. Pero también nos resuena a comisión, cometer, cometido… Cierto que entonces era solamente para ciudadanos romanos, hombres y libres. Justo lo que algunos desearían que siguiera siendo ahora dos milenios después, ahora que resulta tan innegable la fluidez social, en género, en origen, en condición (para ellos incluso la antigüedad romana resultaría demasiado moderna). Cuando escribo esta columna no sé qué habrá pasado en las elecciones europeas, si nos llega ya un continente más de derechas e insolidario o sólo hemos entrevisto las orejas al lobo. Antes creía más en la capacidad de las izquierdas de programar una agenda social, la que nos va salvando de la quema y la venta de todo lo monetizable, del descalabro social y climático. Ahora me queda casi únicamente la confianza en que las mujeres puedan evitar el desastre con su compromiso por la equidad, dado que ellas están siendo interpeladas por la misoginia que nos viene a gobernar. La memoria, los cuidados, la transformación de la vida, viene con mirada de mujer y solamente cuando como sociedad nos damos cuenta de ello avanzamos. Porque con ellas, con la razón de siglos de estar por detrás, ninguneadas e invisibles, tenemos que reescribir el contrato social. Y Europa es quien debe hacerlo. A pesar de todos esos señores vociferantes y maleducados, que apestan a misoginia mal digerida. Toda la población nos debemos incluir en esa vindicación feminista, porque no hay otra. Y no es cosa de genes ni de hormonas, sino de ocupación del espacio público, de incapacidad de tolerar la diferencia y el diálogo.
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