Este ayuntamiento, tristemente, venía apuntando maneras. Ya el equipo de gobierno que le precedió tuvo la deslumbrante idea de trazar una frontera, tan trascendente como, por lo visto, inevitable, con su vecino municipio, Azkoitia. La idea, alarmantemente ridícula, se materializó con un grupo escultórico, estilo playmobil rústico, con cercas, ovejitas y meta de hierba, que supongo quiere advocar la pretendida identidad pretérita de un pueblo que aspira a volver, surcando su alma identitaria, a un pasado que, quizás, jamás existió de esa manera. A no ser que nos la quieran colar como un ornato más, gentileza de la concesionaria del servicio de jardinería. La industriosa Azpeitia necesita una identidad de arcadia que la distinga a saber de quién. Total, que la rotonda de Munategi contribuye hoy a esa geografía de rotondas guipuzcoanas bastante sembrada de adefesios escultóricos. ¿Por qué rutas circulará hoy el diputado general azkoitiano que solía viajar a la capital por Azkarate evitando pasar por Azpeitia?

Las inquietudes culturales y artísticas siguen en plena vigencia en esta legislatura de continuidad de poder político. Numerosos actos y agentes, así como las más diversas programaciones, dan fe de ello en un municipio que parece merecer para sí algo más que el calificativo de cabeza cultural de la comarca. Entre las numerosas iniciativas cabe destacar para la ocasión una convocatoria de becas de creación cultural que sucede anualmente durante más de un lustro, reconociendo creaciones culturales derivadas de la imaginación de los artistas, obras de música, pintura, escultura, literatura, teatro, cine, cómic, composición sonora, audiovisual, digital, danza, etc. Dicho sea de paso, las concede una comisión cuyos componentes proviene más de un designio político que de competencia cultural o artística.

Se da la circunstancia de que una de las creaciones becadas es la elaboración de una escultura proyectada por el artista Iosu Azkue para homenajear a la figura de las mujeres lavanderas de Azpeitia. Acabada Labandera, la obra, mármol negro de dos metros de altura, se plantea la cuestión de su ubicación. Parece ser que el artista propone como ubicación la alberca o el lavadero de Azpeitia, so pretexto de ser una escultura ideada exprofeso para ese lugar y no otro. El gobierno municipal se ha negado a su instalación aduciendo, además de que el municipio no adquiría obligación alguna al becar el proyecto, que no es apropiada para representar a la mujer de antaño y porque el feminismo reivindica a mujeres con diferentes caras, cuerpos y valores, y en concreto esa escultura no representa esa diversidad.

Resulta menos sorprendente la decisión que su argumentación. Es legítimo que un gobierno municipal se niegue a la instalación de cualquier escultura en un espacio público. No lo es, en absoluto, una argumentación que se salte a la torera los parámetros artísticos y recurra a la argumentación política tratando al artista y a la obra cual “arte degenerado”, concepto de épocas que creíamos proscritas. Es preocupante que haya entre nosotros personas capaces de ejercer con esa frialdad el poder representativo que los ciudadanos les otorgamos. Gente capaz, por puro politiqueo, de suplantar razones de disciplina competencial por argumentos sectarios. Una motivación artística podría haber servido para validar la decisión, pero esa no le corresponde al poder político.

Pero, ¡cuidado! Tampoco vale la contraria. Aducir que la intención de la obra es justa y noble, no lo pongo en duda, y gratuita, y que no cabe otra que acatar la propuesta del artista no es de recibo. ¿Cuántos bodrios no se han instalado en nuestros espacios públicos con esa argumentación? Espero, por ejemplo, que, en esas calamitosas obras del entorno del estadio de Anoeta, a quien corresponda se le olvide reimplantar las dos esculturas que erguían allá, la de la no violencia en el fútbol y la de homenaje a Alberto Ormaetxea, que bien se merecían otro trato. A cambio ignoraré el caos de tráfico y servicios vivido durante las obras.

Y menos vale defender una obra por su gratuidad. Si todas las esculturas que se ofertan gratis, como regalo a la ciudad, con el ánimo de instalarse en el Paseo de La Concha fueran instaladas, entre todas ellas, cegarían la vista de la bahía. Lo mismo que la vista de la isla de Santa Clara o cualquier espacio a preservar puede ser deteriorado o emborronado por una intención noble por muy a coste cero que resulte.

Todo lo que ha sucedido con Labandera es comprensible pero no todo es justificable. Tendríamos que hacer un llamamiento a las instituciones para que en materia de intervenciones artísticas y ocupación de espacios públicos hubiera procedimientos regulados y no arbitrarios para evitar que seamos insultados con argumentos inadmisibles u obras de dudoso gusto.

Por cierto, sería una opinión muy a considerar, la de que el lavadero de Azpeitia es un lugar bello y de carácter monumental por sí mismo sin necesidad de aditivos, salvo excepciones justificadísimas. Y por decir que no quede, tanta movida cultural en el pueblo, tanto debate, tanto foro de creación y divulgación, tanto dinamismo público (y que siga) agazapados en silencio acrítico huele a mordaza política o mutismo sumiso, incompatibles ambos con la cultura.

En ello estamos, entre unos que cuentan que su abuela fue lavandera y otros que interpelan: la bandera sí, pero, ¿de qué país?