Después de quince días inhabilitado por la necesidad de cuidar a mi madre de 95 años ingresada en el hospital, vuelvo a la actividad reflexiva en plena resaca del 12-M.

Cuando a las 22.03 se informaba de que el PSC perdía un parlamentario en Lleida en beneficio de Junts y evitaba así que la posibilidad de un tripartito, PSC-ERC-Comuns se pudiera dar, temí que la suerte habitual de Sánchez hubiera terminado.

Pero pocos minutos después entendí que eso no era posible al darse la vuelta y caer definitivamente del lado socialista.

Fueron instantes de tensión, de zozobra, porque ese dato podía cambiar lo que sucediera a partir de ese instante. Las caras de los dirigentes de Junts al aparecer lo dijeron todo, su estrategia se venía abajo por ese disputado escaño de Lleida.

No sólo por eso ya que eran conscientes de que a pesar de su avance el fracaso de los independentistas resultaba evidente. Tensionar tanto a su espacio ha producido un hartazgo que ha traído como consecuencia su huida de las urnas. Les queda un tiempo para reflexionar y cambiar.

Ahora se encuentran en minoría evidente, 61 frente a 74, eso contando con los 2 de una formación claramente de extrema derecha, aunque sea hablando catalán, justo al contrario de hace apenas 3 años.

En votos pierden también por goleada, 1.348.000 de su lado y 1.645.000 del contrario. Se entienden así sus desencajados rostros.

Como síntesis previa a lo que viene después, el independentismo se pega un buen batacazo, más ERC y CUP, Comuns aguantan el tirón lo mismo que Vox, AC no responde afortunadamente a las expectativas y los grandes triunfadores son sobre todo PSC y en menor medida PP.

Es cierto que el PP puede sacar pecho por su resultado multiplicando por cinco el anterior, pero sigue siendo irrelevante en Catalunya al igual que en Euskadi.

Illa sale victorioso y con él la estrategia de Pedro Sánchez de diálogo y negociación. Una muy buena noticia para el gobierno de coalición, que respira aliviado.

También para España y Catalunya. A partir de ahora es posible seguir construyendo una vía transversal de diálogo entre ambas, que podría consolidar a medio plazo todo lo conseguido hasta ahora.

¿Ahora qué? Es la gran pregunta que planea después de la resaca electoral.

Sólo existen dos posibilidades, la primera que gobierne el vencedor en coalición en forma de tripartido, o en solitario con apoyo externo de Comuns y ERC, o que se produzca una situación de ingobernabilidad que obligue a nuevas elecciones.

Algunos expertos avanzan que es lo que van a intentar provocar Junts y Puigdemont, pero no queda claro a quién beneficia y perjudica esta posibilidad. La sociedad habitualmente castiga a quien provoca situaciones de inestabilidad, a quien les obliga a ir de nuevo a las urnas, especialmente si en Catalunya afecta a la pela.

Desde luego, el mayor peligro lo tiene ERC, que podría sufrir un mayor desgaste hasta dejarle en la extenuación,

Puede ocurrir que la habilidad política de Sánchez conduzca a un acuerdo que permita a Illa gobernar, especialmente si ofrece soluciones al tema fiscal y económico, la pela, incluso si decide explorar soluciones constitucionales a la demanda mayoritaria del pueblo catalán de ejercer su derecho a decidir.

El artículo 92 de la actual Constitución permite con interpretaciones flexibles hacerlo, aunque fuera sólo a título informativo y no decisivo.

Los partidos independentistas tienen que tener en cuenta que con nadie les puede ir mejor que con Sánchez. La alternativa con un gobierno PP-Vox en La Moncloa sería terrible, palo y tentetieso en dosis masivas.

Depende de ERC que eso se pueda consolidar. En su interior conviven dos almas, la independentista y la de izquierdas, la pragmática y la que no lo es. De cual resulte vencedora depende el futuro de ellos, de Catalunya y de alguna manera de España.

Si hay acuerdo con el PSOE, sea el que sea, les permite cuatro años de tranquilidad para restañar las heridas de este 12-M, consolidar nuevos liderazgos y fortalecerse en su confrontación con un Junts herido, cuyo líder no aguantará cuatro años más de zozobra.

Puigdemont ha resistido seguro de que hoy alcanzaría la presidencia de la Generalitat y no ha sido así. Sólo le queda la esperanza de una repetición electoral, pero de no ser así, será devorado por sus propios seguidores.

El 12-M ha pasado ya, el futuro de Catalunya será lo que decida ERC y Pedro Sánchez si decide poner toda la carne en el asador.

La legislatura anterior en España fue la de lo social, la actual puede y debe ser la de lo territorial, la de solucionar de una vez por todas las tensiones centro-periferia heredadas de la Transición. Los resultados en Euskadi y en Catalunya dan para hacerlo. Sánchez tiene la valentía suficiente para consolidarlo una vez que la suerte le ha vuelto a sonreír de nuevo.

Veremos.