Se veía venir. El hartazgo en el mundo independentista se tradujo, esta vez sí, en una desmovilización que hundió la mayoría ostentada durante la última década, principalmente por la superlativa hecatombe de Esquerra, cuya decisión de adelantar los comicios se le convirtió en un bumerán con una sangría mayor de la que vaticinaban los sondeos. Catalunya abrió una nueva era donde su horizonte pasa por la conformación del tripartito de izquierdas, del que los republicanos se desentienden, por la repetición electoral o por un acuerdo sociovergente. O por una vuelta de tuerca a la que no renuncia Carles Puigdemont.

El PSC de Salvador Illa se impuso con una claridad rotunda (42 escaños) y va camino de entronizarse en el Palau de la Generalitat, quién sabe si gobernando en solitario ya que ERC (20 escaños) anunció anoche su intención de pasar a la oposición y no conformar una pinza donde también entrarían los comunes (6) -sumarían exactamente los 68 escaños que determinan la mayoría absoluta-. En todo caso, el escenario refuerza además a nivel estatal a Pedro Sánchez, a quien la jugada de la reflexión personal sí que le ha resultado impecable, en puertas de las europeas como escudo de contención frente a una derecha que, sin embargo, también salió bastante reforzada. Porque, de hecho, los números ofrecieron un rearmamiento del bloque constitucionalista que no existía desde los tiempos previos al procés. Un resultado del que buena parte del sector soberanista, sobre todo aquél que se encontraba ostentando el poder, tendrá que hacer severa autocrítica y, si es posible, entregar los bártulos.

Los socialistas consiguieron todos sus objetivos. Para empezar, un crecimiento notable de 9 escaños (28% de voto) respecto a 2021 que ratifica lo acertado de su apuesta en la figura de Illa y que, a su vez, le sirve para mandar a la papelera de la historia el largo periodo de bloques estancos en Catalunya. Su labor de colaboración con el Ejecutivo de Aragonès en esta última recta de la legislatura ha terminado por engullir a quien tenía el bastón de mando y dándoselo a la izquierda, sí, pero a la española. Quién sabe cuánto de trascendente ha resultado el pulso que echó Sánchez en el arranque de campaña y que, al parecer, redobló los ánimos de sus filas. La publicitada política del reencuentro reporta al PSC un suculento botín en un feudo donde la ley de amnistía, lejos de suponer un lastre, sirve de acicate porque ni entra en el debate público. Y, desde luego, coloca al hasta ahora jefe de la oposición como la figura principal del tablero.

La vía de esquerra, castigada

Por contra, Aragonès (y no sólo él) pudo haber firmado ayer su epitafio político. Incapaz de hacer valer su gestión, no solo no contuvo el golpe de ERC sino que sufrió una nueva sangría, de hasta 13 escaños, que se une a las padecidas en las últimas convocatorias. Endosar al resto de bancadas la incapacidad de sacar adelante sus Presupuestos, por más que fueran los más sociales en la historia de la democracia catalana, no ha servido para apaciguar el descontento del votante republicano que, por un lado, se siente frustrado por no ver cumplida sus ansia identitaria y, por otro, de quienes le han castigado por su flojera de fuerzas pese a que su compañero de viaje le abandonó a mitad de mandato. Con apenas un 13,6% de respaldo, al partido de Oriol Junqueras, cuyo liderazgo, como el del hasta ahora president, las bases pondrán a buen seguro en cuestión, no le han rentado ni de lejos los acuerdos con Moncloa, ni en materia de indultos, ni de reformas de delitos penales, ni tampoco la tan manoseada amnistía. Ahora le tocará decantarse por qué vía circular, y la decisión, según el propio president en funciones, es dejar en manos de Junts la suerte del PSC. Y es que Esquerra sabe que en esta diatriba está en la tesitura de elegir entre susto o muerte. Lo cierto es que la estrategia de la negociación y la mesa de diálogo le ha resultado más infructuosa que la de la llamada confrontación inteligente.

Junts quiere evitar elecciones

En la otra acera soberanista, Carles Puigdemont, que estaba amortizado políticamente hace un año, puede sacar pecho por haber reanimado a un partido que parecía fracturado. En puertas de su retorno del exilio, y con mando en plaza en Moncloa porque de él depende el porvenir de Sánchez, JxCat se consoló con sus 35 diputados, tres más que hace tres años, y un 21,5% de apoyo que le coloca al frente del polo independentista. Puigdemont declaró que el primero de los objetivos es evitar la repetición electoral, dejando abierta así la puerta a un pacto (sin necesidad de estar en el gabinete) para la investidura de Illa o incluso para que sea él quien abandere el Ejecutivo porque “estamos en condiciones de construir un gobierno sólido de obediencia catalana”, apeló a Esquerra, apoyándose en que la distancia entre el PSC y Junts no es tanta y resulta similar a la del PP y PSOE en España. En este contexto, afeó la “españolización” de la campaña de Sánchez y volvió a instar a ERC a ver las consecuencias de la desunión de la que el líder de Junts ya venía advirtiendo. El sorpasso refleja que el electorado ha entendido que, dentro de su espectro, es quien mejor hace valer sus reivindicaciones.

Dentro de la bancada que ha dominado la escena política catalana cabe reseñar también el desgaste de la CUP, que pasa de 9 a 4 escaños (4%) en plena reformulación de su marca y sin un referente de peso. Un nicho en su conjunto donde reina el descontento por la incapacidad del soberanismo de hacer valer aquella mayoría superior al 50% que se ha esfumado y que ha llevado incluso a organizaciones sociales como la ANC a darle la espalda promoviendo la abstención. Por su lado, los comunes, ahora ligados exclusivamente a Sumar y no a Podemos, salvaron los muebles bajando dos actas para quedarse con 6 representantes (5,8% de papeletas). En todo este reparto de fuerzas menores, cabe resaltar la irrupción de Aliança Catalana, la marca que se autodenomina independentista pero que practica políticas de extrema derecha, encabezada por Silvia Orriols y con Ripoll como eje de operaciones. Sus 2 escaños (3,8%) serán otro escollo ultra a sortear, también para el soberanismo.

El unionismo, al alza

Si algo sobresalió en este envite es también el crecimiento del PP, a calor de la atmósfera estatal, que terminó de sepultar a Ciudadanos, ya extinto y sin representación, y que se propulsó hasta los 15 escaños, doce más que cuando los populares quedaron arrinconados en la Cámara. El 10,9% de votos, siete puntos más que en 2021, validan la apuesta de Alejandro Fernández pese a que no era el candidato de Génova y también insuflan aire a Alberto Núñez Feijóo, en tanto que logró llevarse el duelo ante Vox, que retuvo sus 11 asientos (8%). Lo de la formación naranja merece comentario aparte. En seis años ha pasado de ser la formación más votada en plena convulsión del procés a quedar ayer por detrás del PACMA con un 0,72 de los votos. La última cornada.