El futuro siempre se construye desde las iniciativas de pocos, la connivencia de otros, los beneficios de algunos y la resistencia de muchos. En general, la mayoría de las personas no eligen el cambio. Se sienten desmotivados por la inseguridad percibida ante lo nuevo, y por el desconocimiento de los beneficios y riesgos potenciales. Hoy aceptamos mayoritariamente que el ritmo de los cambios crece y que lo único cierto e inapelable es la incertidumbre. Quedan lejos los tiempos en los que la planificación sobre lo conocido era el cauce de construcción de la realidad futura, con las correcciones -normalmente menores- que surgían en el recorrido de lo previsto. Hoy la incertidumbre supera a las certezas siendo estas últimas incompletas, borrosas, cambiantes y manejadas por diversos intereses económicos y políticos, tanto locales como globales.

Como ejemplo de futuros deseables podemos citar los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible ODS que, en forma de Agenda 2030 y otros enfoques, marcan un destino de configuración deseable del planeta y de las acciones del colectivo humano en el mismo. Mirar a los ODS con visión positiva es una utopía. Esta supone repensar muchas de las políticas sociales y prácticas económicas de los países, incluyendo estructuras geopolíticas, de gobierno, empresas, instituciones, ciudadanos, y sobre todo sobre las relaciones entre todos ellos. Cualquier utopía supone repensar el presente, analizar sus disfunciones al dibujar un futuro deseable, comunicarlo y condensarlo en un nombre genuino con el significado de lo que buscamos.

Por ejemplo llamar “desarrollo sostenible” al camino hacia la utopía de los ODS es confuso, si no definimos previamente qué significa desarrollo. Si pensamos en “crecimiento sostenible” y lo llamamos “desarrollo sostenible”, estamos camuflando un oxímoron en la utopía inalcanzable, olvidando abordar las causas primarias de lo que nos pasa. Desarrollo con progreso social no es lo mismo que crecimiento económico, y lo sabemos. Podríamos también hablar de desarrollo con otra visión más genuina sobre la situación actual, orientando el cambio hacia un “desarrollo reparador”. Decrecer en algunas cosas como las listas de espera en la salud y la justicia y crecer en confianza y cultura, decrecer en el calentamiento global y crecer en diversidad biológica, decrecer en el abandono escolar y crecer en capacidades sociales y laborales, decrecer en violencia y crecer en aporte social y convivencia. Si no reconocemos los errores del pasado que plantean los retos a superar, es muy difícil hablar de mejora para el futuro.

Y así podríamos hablar de ODR (Objetivos de Decrecimiento Reparador) que anteceden a los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) y en consecuencia el relato cambiaría sustancialmente. ¿Y si la solución fuera otro crecimiento distinto del económico? Si así fuera, en muchas cuestiones deberíamos caminar en sentido contrario al que la política económica vigente nos lleva. Caminamos por derroteros indefinidos donde la desigualdad crece, las democracias pierden autenticidad, y los conflictos bélicos globales y locales prosperan. En definitiva necesitamos una sociedad reconcebida sobre la que las tendencias que los ODRs definen vayan ocupando espacio social y comunicativo como situaciones de tránsito a los ODS. Hacer posibles los cimientos de los ODR es un camino práctico para avanzar de forma transversal a esta evidente utopía del desarrollo y decrecimiento reparadores. Y como ejemplo de estos cambios (17 ODR´s) se pueden -entre otros- citar para nuestro entorno occidental y europeo los siguientes:

-Universidades y centros de formación gratuitos en todo el mundo. -Abrir las patentes (distribuir conocimiento) y orientar la tecnología al bienestar social.

-Jornadas de 24 horas semanales, complementadas con formación continua. -Servicio social (jóvenes) y también adultos.

-El 85% de empresas son cooperativas.

-Reducir la movilidad al 25% de la actual.

-Reciclaje profesional intenso cada 12 años.

-El 50% de la población cualificada trabaja para la resolución de conflictos y cuidados

-Reducir el consumo un 50%, la publicidad un 70% y los residuos un 90%. Política R579.

-Una alimentación de consumo local del 80%.

-Los mayores a partir de 55 años ocupan las tutorías y docencia de los jóvenes.

-Una nueva ley de cooperación para la fiscalidad social (se paga menos cuanto más se aporta socialmente).

-Limitación de los beneficios económicos.

-La atención social, incluidas educación, convivencia y salud, es un servicio público distribuido y preventivo.

-Las dimensiones de las urbes y las agrupaciones vivenciales se ajustan en tamaño, para una distribución continua y en cercanía, de los servicios públicos y privados,

-La reparación (diseñar para reducir, reciclar y recuperar) es la actividad económica dominante frente a la fabricación y venta de novedades.

-CEDER para ganar el futuro: “Crecimiento Ético, Decrecimiento Económico y Renovación”.

Si fuéramos capaces de sustituir las caducas ideologías políticas de izquierdas y derechas por otras ilusiones colectivas, reemplazando y superando la confrontación política y ganando en representatividad y eficacia, las muchas tecnologías que hay ahora nos ayudarían para dar un salto cualitativo y colectivo a nuestra civilización planetaria. Necesitamos nuevos motivadores, apartando las distopias para recrear las utopías. Sabemos que los motivadores colectivos fundamentales son el miedo y la ilusión. El primero, que es mucho más eficaz y contagioso para una movilización rápida, se materializa en las distopias. Las utopías contienen las verdaderas ilusiones y la energía para pensar con claridad y trazar los pasos necesarios como pasos orientados a un fin. Pero las falsas ilusiones abundan más que nunca. La publicidad y la propaganda se ocupan de crear necesidades y promesas inalcanzables, armando los atributos del quinteto invencible de la propuesta perfecta; lo quieres, ahora mismo, sin esfuerzo, todo y nuevo. Con ellos se ilustran las invitaciones al consumidor o al votante, en el camino de la fácil adhesión a tales deseos. Nada de esto merece la pena ser llevado a la utopía personal y menos a la colectiva. Debiéramos evitar que sea el miedo o el no a algo, el principal motivo de nuestras elecciones individuales y colectivas.

Tal vez, la epidemia de desencanto y de expectativas no alcanzables que circula en la sociedad, se fundamenta en un cultivo extenso de deseos desprovistos de las adecuadas utopias colectivas. Deseos fundamentados en: las falsas ilusiones, la desinformación, las incompetencias personales, el individualismo, las bajas capacidades colectivas y sobretodo en la ineficiencia en la aplicación colectiva de los medios económicos, cognitivos y tecnológicos disponibles. Progresamos en conjunto cuando los deseos imaginados, elaborados, y contagiosos se construyen con el despliegue de los motivos internos que nos conducen hacia la utopía deseable. Más bien las invitaciones al logro de lo que perdura, del esfuerzo, de lo ético y colectivo, de lo conseguido, de lo local y recuperable, son los atributos de las buenas ilusiones. Por eso decrecer en muchas cosas que hoy se valoran puede ser la mejor forma de progresar. Doctor Ingeniero Industrial