La situación real en Gaza es inimaginable. Pero ahora que la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (Unrwa) ha sido gravemente herida (no sabemos si de muerte o no), tras la equívoca decisión de toda una serie de países para no seguir sufragando la ayuda humanitaria que tanto necesitan los gazatíes, ha llamado mucho la atención otro suceso. La Unrwa se ha visto desacreditada porque, al menos, doce de sus integrantes (de un total de 13.000) participaron en el ataque a Israel del 7 de octubre, una de las peores matanzas de judíos que se recuerdan. Bien mirado, es una identificación exagerada, estos hombres no actuaron en nombre de la Unrwa, sino a nivel particular. Fue por decisión propia. Tampoco la Unrwa los justificó, aun así esta ha sido tratada como si fuese una organización terrorista. No lo es, ni mucho menos. Aun así, los mismos países que se han mostrado tan escrupulosos retirando rápidamente su contribución a la Unrwa no han sido tan manifiestamente hostiles contra el actual Gobierno israelí. Y eso que muchas de las declaraciones de sus miembros sí que han sido indignantes, tildando a los palestinos de “animales humanos” o afirmando que la única solución era encomendarnos a Dios y tirar una bomba atómica sobre la Franja de Gaza, provocando un holocausto. ¡Inadmisible! Por no decir escalofriante.

¿Acaso los israelíes no han comprendido su propia historia, la persecución que han sufrido? Han pasado de ser víctimas a convertirse en victimarios. Y, sin embargo, la actitud que se tiene con los israelíes es mucho más comprensiva, a pesar de sus políticas en Palestina, que con los palestinos. La acción terrorista de cualquier activista de Hamás se califica de atroz crimen (y lo es) y se acaba por culpar a todos los palestinos, mientras que el daño que provocan de forma reiterada los intransigentes colonos, en nombre de Israel, es mera anécdota. Recientemente, quedaba clara la diferencia de criterios que se aplica allí.

La Administración Biden, que se halla entre la espada y la pared, benefactor de Israel, pero incapaz de frenar su espiral de violencia, ha decidido actuar, por fin, contra los desmanes de los colonos. Es una indirecta contra el Gobierno Netanyahu. Por primera vez, ha decretado una serie de sanciones financieras y jurídicas a cuatro colonos por haber amenazado, intentado destruir y apoderarse de propiedades palestinas en Cisjordania. Se abre así una puerta a la contención, a tenor de que muchos colonos se están aprovechando para actuar de forma impune en los territorios palestinos alejados del foco principal del conflicto. El mismo decreto califica tales agresiones a ciudadanos palestinos de “acciones terroristas”. Los hechos son bastante llamativos porque tales incidentes incluyen el asesinato de un palestino, la quema de casas y de coches y el ataque a varios granjeros con piedras y bates. Y estos son una mínima parte del medio millar de hechos similares (que se dice pronto) que se conocen, dando como resultado la nada despreciable cifra de ocho muertos inocentes. ¿Qué medidas ha adoptado el Estado israelí? Ninguna. El papel de los colonos es tan importante y su influencia en los gobiernos tal que resultan casi intocables. Ante dicho amparo institucional, y siguiendo la misma lógica que se ha utilizado para denostar a la Unrwa, ¿por qué no se ha inculpado a Israel de amparar el terrorismo? En suma, considerar al estado hebreo de terrorista. Sería impensable e inasumible, desde luego.

Pues bien, lo mismo debería ocurrir con la Unrwa. Como no podía ser menos, el primer ministro israelí, Netanyahu, lejos de reaccionar de una manera clara y digna, condenando sin dilación las agresiones de los colonos, ha afeado el gesto de la Casa Blanca. No solo eso, sino que ha tenido la desfachatez de afirmar que “la inmensa mayoría de quienes se han asentado en Judea y Samaria (Cisjordania) son ciudadanos que cumplen la ley”. ¿Qué ley? Porque todos los asentamientos que se han impulsado en los territorios palestinos son ilegales… El ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, fiel a esa convicción de que aquí los únicos malos de la película son los palestinos, declaraba que era una sucia “mentira antisemita” que se esté perpetrando una campaña violenta de los colonos. Si medio millar de actos contra los palestinos no son una campaña, entonces, es que debería aprender a contar. Son muchos, demasiados.

Del mismo modo, Netanyahu aprovechaba para afirmar que Israel persigue de forma escrupulosa a todos aquellos que se saltan la ley, sean colonos o no, aunque las cifras lo desmientan. Entre 2005 y 2021 el 3% de tales acusaciones acababan en condena. Y mientras los civiles palestinos están sujetos a la autoridad militar, lo cual es inadmisible, como si fuese una zona de guerra, los colonos judíos, en cambio, cuentan con sus propios tribunales civiles. No hay duda de que el audaz gesto de rebeldía de Biden, contra la presión de esos sectores proisraelíes, es encomiable, si no fuera porque no conduce a cambiar el status de indefensión que sufren, claramente, los palestinos. En Gaza, más de dos millones de ellos viven al albur de lo que dictamine la maquinaria de guerra israelí, y en Cisjordania, como se ha podido comprobar, se ven amenazados diariamente por los colonos. De hecho, el fanatismo de estos grupos de extrema derecha israelí es tan peligroso como el de Hamás. Tanto es así que se han organizado para manifestarse y boicotear la ayuda humanitaria para Gaza. Exigen que antes sean devueltos los rehenes, con afirmaciones como: “Al enemigo se le mata, no se le alimenta”. Que más parecen frases y posturas sacadas del contexto de odio y fanatismo de la Segunda Guerra Mundial que del siglo XXI. Lo que se deduce de todo ello es que Israel es más parte del problema que de la solución del conflicto. Únicamente una actuación firme de la ONU o de EE.UU. puede defender y garantizar la existencia de un pueblo que además de sufrir la lacra de su propio fanatismo (Hamás y la Yihad Islámica), también padece la del otro (Israel). Doctor en Historia Contemporánea