A los 17 años yo tenía un novio, Antonio. Lo conocí a raíz de mi visita a un club del Opus Dei de la calle Tafalla donde supuestamente daban una charla de orientación para la carrera de Ciencias de la Información que yo estaba empeñado en cursar el año siguiente en la Universidad de Navarra. Alguien nos había dicho que asistir a este tipo de eventos ayudaba a superar el oscuro baremo con el que los seguidores de Escrivá cuidaban quién entraba y quién no en su chiringuito. Tomaron buena nota de mi nombre y teléfono. Antes de una semana ya me habían adjudicado un sujeto tres años mayor que yo, madrileño siempre encorbatado, acosador de noche y de día, empeñado en hacer de mí un obrero más de la Obra de Dios. Los cabrones de mis hermanos no tardaron en llamarle mi novio por la insistencia de sus llamadas. Afortunadamente, siempre preguntaba por Anggell, nombre por el que nadie me ha conocido nunca, lo que facilitaba la tarea de ahuyentarlo. Debía de pensar que nunca estaba en casa. El juego del escondite que me traje el siguiente año y medio con él daría para una novela. Recuerdo una anécdota especialmente bochornosa, cuando quedamos un sábado al mediodía en la Plaza de la Cruz, y nada más retumbar en San Miguel las campanas de las doce, el tío se puso a rezar el Ángelus a voz en grito, ante el pasmo de los viandantes y el horror de un servidor. Corría el año 1977 y ya entonces era estrambótico ver en Iruñea a nadie bramando jaculatorias por la vía pública a plena luz del día. El pasado día 8 un centenar de personas se juntaron en el Rincón de la Aduana junto al monumento a la Inmaculada para rezar a la Virgen por la salvación de España, a imitación de los que estas semanas han convertido la madrileña calle Ferraz en un oratorio público. Por supuesto, están en su derecho, pero quizás algún alma caritativa debería de advertirles de lo friki y lo excéntrico de sus desvelos en este 2023. Yo les recordaría aquel sabio dicho castellano: “Y vinieron los moros y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los buenos cuando son más que los malos”. Mi novio Antonio también decía que rezaba todos los días por mi conversión, y aquí estamos.