Puede un alto dignatario, tan alto como el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, hablar claro y apoyarse en las convenciones y los derechos que deberían proveer un mundo más justo, más igualitario, en paz y con futuro posible? Vaya pregunta retórica: no solo puede, sino que uno espera que sea esa y no otra su máxima, que su voz se erija intachable y sin tregua para evitar la previsible debacle. Pues bien, parece que hay poderes muy importantes que opinan lo contrario, que prefieren a Guterres callado o sumiso, decorativo en una organización que solamente cuando ha sido beligerante ha podido unir a las naciones. Lo digo por Gaza, por esa masacre absurda que es mantenida por dinero e intereses y que pasa por encima a la población secuestrada y asesinada. ¿No es obvio que sin poder disponer de condiciones para asegurar que la población gazatí deje de ser rehén y víctima de ataques sistemáticamente pensados para ello la situación es una grave amenaza también para la paz mundial y para la seguridad de las naciones? Otra pregunta retórica, que es lo que planteaba don Antònio al convocar la semana pasada al consejo de seguridad de la ONU al amparo del artículo 99 de la carta de las naciones. Pero ya hemos visto que no se puede parar o exigir un cambio humanitario a la política seek and destroy en la que todo vale para acabar con un enemigo al que ni siquiera se considera humano. La perversión lingüística sería denunciable si no fuera porque lo que está en juego son las vidas de miles de personas, muchas niñas y niños que desde luego nada saben de proclamas, nacionalismos o unidad de las naciones. A Guterres lo van a defenestrar por hacer su trabajo. Ayer la Declaración Universal de Derechos Humanos cumplía años; pero en cuanto a cumplirla, esa es otra historia.