La demora en la consecución de los apoyos necesarios para la investidura ha creado un caldo de cultivo ideal para quienes no creen en nuestra democracia.

Afortunadamente, el jueves 9 nos llegó la ansiada noticia, utilizando términos de la Iglesia: “Habemus presidente”. Todo ello con las derechas extremas cabreadas.

Nací hace 75 años en la calle Ferraz 70 de Madrid, actual sede del PSOE. Jugué de crío por esa calle y por el parque de Rosales junto a mi amigo de entonces Patxi Andión, que nació en el número 68.

Jamás imaginé llegar a ver las imágenes del pasado martes 7 a la tarde-noche y los días sucesivos por esos lugares en los que desarrollé mi infancia. Me produjeron impacto primero, después indignación y por último, una profunda preocupación.

Observar la realidad es lo que me queda para el tramo final de mi vida, observarla y reflexionar sobre ella desde una posición serena y a veces objetiva.

Pero esta vez voy a dejar esa imparcialidad colgada en la puerta de este artículo, porque la actitud de esos energúmenos en las puertas de la casa en la que nací me da derecho a ello.

Ya estaban dando las derechas, la derecha extrema y la extrema derecha síntomas en los últimos tiempos de profundo cambio.

Habitualmente consideran que el poder es suyo, que viene dado de manera natural, incluso divina, y cuando se dan cuenta de que la democracia consiste en que a veces es del otro, de la izquierda, porque obtienen más votos, claman contra un resultado que consideran antinatural.

Pero en esta ocasión la aparición en escena de Vox los ha llevado no sólo a clamar sino que incluso a ladrar y a morder. Han sacado públicamente al dóberman que llevan dentro y que ya conocimos lamentablemente en la época dorada de Aznar, su líder e ideólogo de la revuelta en esta ocasión.

Quizás la izquierda haya sido de nuevo ingenua al no detectar esos síntomas que nos iban avisando de lo que venía.

Si había alguna duda, deberíamos guardar las terribles imágenes de ese martes 7 de noviembre, casualmente cuando se cumplía el mes de la masacre de Hamás en Israel.

Las derechas se han echado al monte, término empleado para reflejar posiciones radicales y de ruptura, sin ningún freno. Se les ha caído la careta, alentadas por Aznar y sus discípulos Isabel Díaz Ayuso, Esperanza Aguirre y Miguel Ángel Rodríguez siguiendo las directrices de Steve Bannon. A partir de ahora ya nada será lo mismo.

Lo que sucedió esa tarde-noche recordaba mucho a las imágenes que vivimos en Euskadi y Navarra, un tiempo felizmente pasado, incluso a las de Catalunya en 2017. Son paradojas del destino, los extremos acaban tocándose.

Pero en esta ocasión alentadas, probablemente dirigidas, por quienes deberían ser un ejemplo democrático, el PP.

Es cierto que no han dado la cara como sí lo han hecho Vox y Falange, pero algunos, entre ellos su máximo líder Feijóo, han callado, otros como Cuca Gamarra, o Sémper (quién te ha visto y quién te ve, Borja) han sido calculadamente ambiguos y algunos como Ayuso y Aguirre se han puesto directamente a la cabeza sin ningún pudor.

Todo ello jaleado también sin pudor por sectores mediáticos, económicos, judiciales e incluso religiosos.

Haríamos mal los demócratas de este país, seamos de derechas o de izquierdas, en no darle la importancia que tiene este hecho.

Las derechas se han echado al monte con intenciones perversas de subvertir nuestra democracia. No han aceptado los resultados del 23-J ni los van a aceptar.

Y esa es la clave, se trata ahora de salvar esa democracia que a algunos tanto nos costó conseguir.

Va a tocar de nuevo defenderla, activar la luz roja de emergencia y ponernos manos a la obra para frenarles. “¡No pasarán!”, gritaban en mi ciudad mis antepasados, entre ellos mi abuelo capitán de la República en el frente de la Universitaria. Pasaron, por eso ahora debemos aprender de los errores cometidos entonces para que esta vez no lo consigan.

Quizás haya que realizar una labor didáctica para conseguir que el PP de Feijóo (el de Ayuso está ya perdido para la causa) vuelva a la senda democrática. Les necesitamos en esta batalla porque si los del martes se salen con la suya también les engullirán a ellos.

Resulta cuando menos curioso que en la CAV y Navarra conseguimos atraer a Batasuna a esa senda democrática, en Catalunya también a ERC y CiU y ahora nos aparezca el mismo problema con el PP.

Intentar no significa conseguir. Habrá que hacerlo y para ello lo primero que debía hacer el PP es anular sus movilizaciones, pero si no somos capaces debemos conseguirlo con nuestras propias fuerzas, sin un paso atrás, todas las personas implicadas codo con codo.

Harían mal los que apoyan la investidura de Pedro Sánchez en creer que esta situación les beneficia, unos porque deja en mal lugar a PP, otros porque demuestra que también en la otra orilla se pueden dar sucesos así.

Lo que está ocurriendo perjudica y pone en peligro a la propia esencia de nuestra democracia, a quienes creemos en ella y beneficia precisamente a sus enemigos.

Por esa razón debemos “dejar pelos en la gatera” para defenderla. Los discrepantes en el seno de Sumar y PSOE aparcando sus diferencias, los independentistas entendiendo que debemos avanzar con sumo cuidado y que a veces como decía Marcelino Camacho es conveniente avanzar dos pasos hacia delante dando uno atrás, porque se consigue ir uno por delante, evitando el riesgo de retroceder de un golpe 4 o 5. Era muy sabio Marcelino.

Vivimos tiempos de riesgo, de mucho riesgo, utilicemos la sabiduría y la mesura en tiempos de radicalidad, siempre desde luego con valentía. Nos jugamos mucho.

Después del remate de la jugada con los pactos con PNV y CC, el primero esperado el segundo menos, toca defender esa democracia (179 son más que 171, 13,5 millones más que 11) cueste lo que cueste.

Veremos…