Comentaba Netanyahu que la guerra en Gaza es una guerra entre barbarie y civilización. Cada vez es más difícil ver en esta guerra los difusos límites que separan ambos conceptos.

Constituye un acto de barbarie la acción de Hamás en Israel que provocó 1.400 muertos y más de 200 rehenes. Probablemente Hamás no pretendía defender al pueblo palestino. Pretendía, en la compleja geoestrategia de la zona, conseguir una guerra total comprometiendo a Hezbolá, la Yihad islámica, a Estados como Siria y Líbano y abortar lo que parecían principios reconocimiento mutuo entre Arabia Saudí y otros países árabes con Israel.

Por otra parte, Netanyahu y su gobierno, compuesto por el Likud y otros partidos ultraortodoxos, pretenden restablecer la concepción talmúdica de Israel, la de los reinos hebreos de Israel, compuesto por diez de las tribus israelitas, y Judá, compuesta por las tribus de Judá y Benjamín, para lo cual les sobran los palestinos. Hay que añadir a lo anterior la crisis política que afectaba al gobierno de Netanyahu por sus tramas de corrupción judicializadas y por su propia reforma de la administración de justicia, privándola de su independencia. Una guerra, no digo que provocada por él, es el procedimiento más eficiente para aunar las voluntades de un pueblo que busca replicar y defenderse.

Lo triste de esta situación es que ni los milicianos de Hamás ni Netanyahu y su gobierno van a poner los muertos. Los más de 8.000 muertos palestinos, más de 3.000 niños entre ellos, trasciende brutalmente el denominado legítimo derecho a la defensa de Israel.

La situación en Gaza empieza a poseer los perfiles de un genocidio. La Convención de Viena que crea el derecho internacional humanitario exige la protección a las personas que no participan o han dejado de participar en las hostilidades y restringe los medios y métodos de combate. Su alcance es, por lo tanto, limitado ratione materiae a las situaciones de conflicto armado.

Se vulnera la Convención de Viena cuando se bombardea a la población civil ajena al conflicto armado, cuando se bombardean corredores humanitarios, cuando se bombardean centros sanitarios, cuando se bombardean escuelas, cuando se bombardean sedes de la Cruz Roja o Media Luna Roja.

Resultan llamativas las declaraciones de dos personas mayores, rehenes de Hamás, liberadas recientemente y que afirman, entre otras cosas, que quince días antes de la acción terrorista de Hamás ya tenían conocimiento de que algo iba a ocurrir y, sin embargo, ni el ejército ni el considerado mejor servicio de inteligencia del mundo, el Mossad, tenían aparentemente ningún tipo de información sobre lo ocurrido el 7 de octubre.

En este tipo de conflictos nos encontramos siempre con el riesgo de su amplificación. La frontera con el Líbano ya es escenario de combates; los aeropuertos más importantes de Siria han sido destruidos por Israel; Irán amenaza con graves amenazas en venganza por lo que está ocurriendo en Gaza; una poderosa flota de Estados Unidos está próxima a la zona (se calcula que ya hay 2000 marines en Israel); hasta seis buques de guerra de China mantienen su posicionamiento en la región durante la última semana. La noticia llega luego del envío de EEUU de un segundo grupo de portaaviones en apoyo de Israel, en medio de la escalada del conflicto con Hamás y ataques a civiles palestinos; Rusia e Irán colaboran militarmente.

Estos conflictos tienen otros beneficiarios: Las empresas dedicadas a la Defensa también cotizan al alza. El índice Stoxx Europe Total Market Aerospace & Defense, que incluye varias compañías del sector, subió en hace unos días un 3,62%. En una sola jornada, con un alza del 5,6%, firmó su mejor sesión desde noviembre de 2020.

Hay otras empresas estadounidenses beneficiadas de este clima bélico. Northrop Grumman lideró las ganancias con un repunte de un 10% en los últimos días. L3Harris, compañía líder en comunicaciones para la defensa, avanzó un 8%; en la misma línea, Huntington Ingalls Industries, enfocada en la construcción naval militar, sube un 8,5%.

Pero el conflicto entre Israel y Hamás también tiene repercusiones entre las empresas europeas. La alemana Hensoldt, especializada en la fabricación de sensores para aplicaciones civiles y militares, sube un 8,7% en dos días. Rheinmetall, fabricante de tanques Leopard, crece un 150% desde el inicio de la guerra en Ucrania y se revaloriza el 8,9% en dos días. La sueca Saab, especializada en aviación militar, también repunta un 9,3%, junto con la francesa Thales (5,8%).

Por otra parte, y en términos de geopolítica mundial, es fácil para Estados Unidos colaborar con Ucrania (todos los países demócratas deben hacerlo aunque llama la atención la aparente amistad entre Netanyahu y Putin) dada su independencia energética, pero es más difícil para Europa esta colaboración dada su dependencia del gas y petróleo rusos. Nos encontramos con paradojas. El Estado español está importando más gas ruso que nunca a través de Marruecos y varios países BRICS. El apoyo a Israel también es más lesivo para Europa que para Estados Unidos, dada la dependencia de Europa del crudo de los países árabes.

Parece que la estrategia de Israel consiste en una guerra de destrucción inicial que da paso posteriormente a lo que se denomina levantar el pie del acelerador, rebajar la intensidad del ataque, y crear posteriormente un gobierno al margen de la voluntad de los palestinos que garantice la estabilidad de la zona.

¿Quién respeta la voluntad del pueblo palestino? ¿Quién respeta los Acuerdos de Oslo? ¿Quién no tiene intereses bastardos en este conflicto? ¿Quién puede decir basta a esta matanza?

¿Será posible una solución negociada, basada en el principio de los dos Estados, que estos puedan convivir pacíficamente y tomar sus propias decisiones, al margen de los intereses geoestratégicos de un mundo cuya polaridad parece que, por enésima vez, se está reconstruyendo?