En el banco inventaron lo de la cadenita en el boli, cuando llevar encima un boli era tan práctico como llevar un mechero porque todavía escribíamos cosas en papel y también quemábamos otras. La idea tuvo tanto éxito que fue replicada por notarios, abogados y carteros. Era todo un símbolo de distinción a favor del rata que ataba con un cordel a veces un triste boli bic. Hoy los bolis no llevan cadena porque a nadie le atrae la idea de llevarse uno al bolsillo y porque hacemos eso tan denigrante que es firmar con el dedo un garabato en un ipad como si fuéramos analfabetos funcionales incapaces de escribir una sola letra de nuestro nombre. Yo hace tiempo que ya firmo con una equis, como en las pelis de vaqueros cuando no sabían escribir. A eso nos ha llevado la digitalización. Hoy, las cadenas virtuales con forma de antirrobo que pita en la salida del supermercado tampoco se las ponen a las estilográficas ni a los discos de música. Son para el queso, el jamón serrano y, ahora, la botellita de aceite de oliva. Ni siquiera las de cristal esas tan pijas, la botella de plástico de litro de toda la vida, que ya hay sitios que la venden a dos dígitos. Ya sabemos qué regalo pueden dar en los bancos por un plazo fijo a diez años.