Dicen que la democracia es una cuestión de contrapesos, y si bien desde Montesquieu tal teoría se ha sustentado en la separación entre poderes, hoy se habla más de de los controles y equilibrios entre los del Estado -ejecutivo, legislativo y judicial-, para que al margen de su delimitación constitucional, la autoridad de cada uno de ellos sirva como medida de control sobre el otro.

Pero sería un error reducir el contenido de tal principio al ámbito de esos poderes constitucionales. Existen otros, como la prensa, los poderes económicos, asociados o no -lobbyes- y, desde hace no demasiado, también las entidades asociativas supuestamente no alineadas o incluso el llamado tercer sector, que intervienen de forma decisiva en muchos procesos. Son, hoy, la nueva versión de los llamados poderes fácticos.

Nada de lo que hace ningún poder constitucional tiene -ni debe tener- refugio frente a la capacidad de injerencia legítima en la formación de su voluntad, ya que hoy día, todos admitimos esas fórmulas, que también son de control, producto de las nuevas capacidades de participación de la sociedad civil.

Sucede que hoy día tal definición ha quedado ya trasnochada. Desde la irrupción, no ya de las plataformas digitales y su capacidad de replicar realidades paralelas, sino sobre todo de la llamada inteligencia artificial, lo que perciben los ciudadanos es producto muchas veces de una herramienta capaz de crear ficciones para que sean asumidas como realidad.

Hoy la realidad no es lo tangible, sino lo que se percibe; y la percepción tiene que ver con la inteligencia de la realidad, esto es, con lo que los ciudadanos perciben que existe como consecuencia de la información que se les transmite, y que les hace creer que la realidad es la imagen de esa realidad; no la propia realidad. Donde determinada ola de populismo y demagogia -y no solo de la extrema derecha- se sustenta en la crítica de ficciones de la realidad creadas a su antojo e interés, por lo que el control de la actuación de los poderes públicos se convierte en una actividad diabólica.

¿Como controlar y corregir ficciones?. Y lo que es peor, ¿donde queda ejercer la labor de equilibrio y control de los diferentes poderes públicos -o no-, si su fundamento material no es real?

Son tiempos de democracia líquida, donde los principios y valores que lo caracterizan están quedando, más que desdibujados, caricaturizados. Pero también son tiempos de oportunidades. Implementar reglas de control a toda acción que desdibuje los caracteres del sistema democrático es, ya, más una necesidad que una convicción.

Y el control de la realidad es una premisa incondicional para subsistir como sociedad democrática. l