Tenemos que seguir hablando del dolor, del mal, del daño, del sufrimiento, la soledad, el desamparo y el miedo. Mucho miedo. Todo esto y quizá más, es lo que sienten esas miles de mujeres que conviven con el hombre que las maltrata. Dolor por el desprecio. Mal por la frustración de lo deseado y no logrado. Daño por la erosión de la estima propia. Sufrimiento por sentirse encerrada en su propia casa sin ver una salida. Soledad porque no puede contarlo. Desamparo porque no hay nadie que la proteja. Miedo por lo que puede pasar. Y llega un día que todo esto acaba para siempre, junto con su vida. Entonces sabemos que existía, cómo se llamaba, que tenía hijos e hijas, que había denunciado a su malhechor, pero retiró tiempo después la denuncia. ¿Cómo vivir con tu verdugo si es el mismo del que te enamoraste, el que “te quería con locura”? No puede ser cierto, será una mala racha, está nervioso porque las cosas no le salen bien en el trabajo, porque los compañeros no lo toman en serio. Y sufre, por eso recurre al alcohol en ocasiones…pero se le pasará. En el fondo es una buena persona, quiere a sus hijos y ”daría la vida por ellos”. No olvidemos nunca que esta es la vida de muchas mujeres. Mujeres que viven cerca de nuestra casa, que llevan a sus hijos a la misma escuela donde estudian los nuestros. Mujeres que trabajan a nuestro lado. Hijas, madres, hermanas, abuelas. Cuando la violencia de “género” deja de ser una abstracción, pasa a ser una realidad concreta que tiene cara, cuerpo, edad, biografía, y todo aquello que nos hace humanos. Y, a veces, lo olvidamos. Oímos una breve noticia sobre cómo fue asesinada esa mujer concreta. Nos recuerdan que el 016 es el teléfono donde podemos llamar. Y, además, no deja rastro en la factura, pero hay que borrarlo de la lista del móvil. Elemental y de gran ayuda. A veces, me lleno de rabia y apago la radio o el televisor porque no soporto la forma en la que se cuenta este terrible drama. “Y con estas tres muertes se alcanza la cifra de mil”. Tras la ira, llega la calma y empiezo a pensar. El sistema patriarcal se mantiene y se resiste a desaparecer porque “los buenos no hacen nada” Aunque, en este caso, son unos cuantos buenos los que llevan años esforzándose en defender a las mujeres, pero es insuficiente. Hace falta que hagamos nuestra esta lucha contra la violencia a las mujeres, que seamos audaces en nuestro propósito. Necesitamos un consenso social que nos permita lograrlo. Y, en mi opinión, es necesario un buen diagnóstico de la situación que propicia, facilita y mantiene este tipo específico de violencia. El profesor Miguel Lorente nos recuerda que la violencia contra las mujeres es una violencia estructural. Es decir, tal como establece J. Galtung, a diferencia de la violencia directa, que se vuelve contra las normas establecidas por la sociedad, la violencia estructural se ejerce para mantener dichas normas, está incorporada al sistema social imperante y androcéntrico y se manifiesta en relaciones de poder desiguales. En el caso que nos ocupa, el agresor ejerce violencia para seguir manteniendo el statu quo. La reacción violenta que acaba en femicio sólo es la punta del iceberg, el intento por recuperar el control sobre la mujer cuando se siente amenazado por el ejercicio de la libertad de ella. La violencia estructural impide alcanzar los derechos humanos básicos, el problema está en la base de las dificultades que tienen las mujeres para alcanzar un desarrollo pleno como sujetos de primer orden al igual que los hombres. Según Galtung, la violencia directa, la que implica comportamientos y actos violentos estaría provocada por la violencia estructural. En nuestro caso, la discriminación por razón de sexo se trata de un proceso coyuntural según Galtung, en cuyo centro se halla la dominación.
Me pregunto qué puedo hacer, cómo mejorar la respuesta social a este horror. Creo que el rechazo ha de mostrarse de forma clara, patente, en todos los rincones donde haya mujeres y buenos hombres capaces de organizarse para repudiar los asesinatos, las violaciones, el acoso sexual, la misoginia. No es suficiente un 25 de noviembre para salir a la calle y desahogar la ira, y aliviar la culpa por nuestra apatía.
Y menos en este momento en el que parece existir una ola reaccionaria que pretende controlar y reorganizar una respuesta mundial. La historia del activismo feminista nos muestra que fue totalmente necesario para lograr avances. Hoy, el feminismo sigue siendo es imprescindible. l
Psicóloga clínica