Mientras París y toda Francia ardían contra el asesinato policial de un adolescente, Euskadi celebraba la fiesta universal del ciclismo con las tres primeras etapas del Tour 2023, con un éxito total y un enorme chute de autoestima para este país que, con sus complejos y fortalezas, a veces necesita mirarse por dentro y asombrar hacia fuera para valorar sus altas capacidades. Era lo normal, por mucho que unos pocos, con toda su mezquindad sindical, imaginaran el fracaso y la ruina organizativa del espectáculo. ¿Cómo ha ocurrido? La gente no salió en masa a la calle para ser figurantes de un documental. Nadie pretendió ser escaparate de nada. Se volcó porque quiso vivir un momento histórico y estar en el punto de salida y las primeras etapas de una carrera que admira desde siempre. ¿Cómo olvidar la anaranjada presencia vasca en las etapas pirenaicas año tras año? Todo esto se refleja en el impresionante dato de que más de un tercio de la población de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa se echó a las avenidas y carreteras con entusiasmo. ¿Quién puede superar esta entrega sino un pequeño gran país que ama el ciclismo y aprovecha sus oportunidades? El impacto obtenido por Euskadi con una inversión pública de 12 millones de euros es de una rentabilidad apabullante. Sería preciso gastar cien veces más para llegar de forma convencional a los espectadores de cinco continentes y no sería tan eficaz como el Tour. Pero Amaia Martínez, solista de Vox en nuestro Parlamento, cree miserablemente que esto ha sido “un Aberri Eguna en julio”. La radiotelevisión vasca ha brillado como nunca poniendo imágenes y emoción a un acontecimiento que dejará memoria imborrable –aún más entre niños y niñas– e incalculables beneficios en términos de notoriedad, prestigio y economía de país.