Nos guste o no, los dentistas que hemos tenido la suerte (y también la valentía) de emprender y abrir nuestra propia clínica dental somos también empresarios de la salud.

La vocación sanitaria es nuestra prioridad. No obstante, también debemos preocuparnos por la rentabilidad de nuestra empresa, que es la que nos permite vivir y dar trabajo a nuestros equipos.

Aquí surge la gran disyuntiva. Conceptos macroeconómicos fundamentales como prima de riesgo, tipos de interés o inflación se convierten en básicos a la hora de afrontar nuestro día a día. No disponemos de una educación financiera adecuada, pero debemos estar al tanto de estos indicadores, de vital importancia para nuestra clínica. Este maridaje entre lo esencialmente clínico y lo económico-financiero no logra estar exento de polémica y es difícil hallar el equilibrio. Parece que un sanitario no puede saber hacer un balance de gastos e ingresos ya que “choca” con su papel fundamental, que es buscar la salud sin una componente mercantilista.

Necesitamos una empresa competitiva económicamente, pero con la calidad del servicio al paciente como pilar fundamental de nuestra esencia. Son dos hechos que deben coexistir en armonía y no debe crearse un nexo maquiavélico o antagónico. Estamos en el mundo sanitario, pero somos empresas privadas.

Debemos sustentar ambas partes de la balanza, con un esfuerzo supremo y sin una formación financiera que sería deseable en los contenidos académicos de nuestro grado universitario. Esa falta de formación en la parte económica y el hecho de huir de los tintes mercantilistas que reseñaba nos obliga a delegar este apartado en alguien que nos dé las claves de nuestra labor empresarial.

Vivimos en un país acostumbrado, de una manera u otra, a la sanidad pública gratuita. Que los dentistas no estemos ahí (sin ser cosa nuestra) ha hecho que se demonice nuestra profesión, desfigurándola y tildándola de artículo de lujo.

La clave está en algo que repetimos continuamente: las revisiones periódicas, no venir al dentista única y exclusivamente cuando sentimos dolor y aparece un problema. Al final, una pequeña caries no tratada con un empaste puede llegar a necesitar una endodoncia o, incluso, un implante si el diente ya no se puede conservar y debe ser extraído. Cada paso, tiene un coste cada vez mayor. Con las revisiones, la prevención es cada vez más eficaz.

Conclusión: lo realmente caro es no acudir regularmente al dentista.

A esta idea falsa de ser un artículo de lujo se ha sumado otro hecho negativo: la aparición de grupos inversores en la salud, con un afán mercantil inaudito. Las consecuencias han sido nefastas para los pacientes y también para los profesionales del sector.

Por eso, creo que es hora de reconducir nuestro futuro y de recuperar la confianza del paciente. La salud no tiene precio y lograrla es nuestro fin último. Y claro que quienes dirigimos un centro odontológico somos pequeños empresarios y debemos preocuparnos también de los números. Somos sanitarios abocados a ello si queremos sacar adelante nuestro sueño y el de las personas que conforman nuestro equipo. Pero la salud y el paciente vayan siempre por delante. l

Dtor. Clínico Centro Odontológico Alaia