En la temporada de la anchoa me asalta siempre el recuerdo del emperador Carlos de Habsburgo. Comedor caprichoso, cuando rumiaba sus últimos años en Yuste, se hacía llevar ostras por largos e intrincados caminos de carros. En Motrico le sirvieron anchoas fritas para comer y tanto le gustaron que exclamó: “En adelante quiero comer anchoas todos los días”. El mayordomo le indicó: “Majestad, es comida de pobres”. Y contestó: “Quitadlas de aquí, no quiero volver a probarlas jamás”. El drama de ser rey, siempre representando su papel.

Como los pescadores la anchoa, los políticos buscan ahora los votos de la victoria. En esta materia soy de criterios simples. Uno: votar siempre, excepto si la abstención responde a una opción política concreta. Segundo: ¿a quién votar? Buscar entre los objetivos y actitudes de mi gusto, analizar qué hay en el mercado y elegir el que mejor me parece.

Los ampulosos dirán que las elecciones son la ceremonia sagrada de la democracia y que es necesario tomar parte en ellas. Que la democracia es la forma menos mala de gobernarnos. Otros protestarán y no votarán por nada del mundo. Que las elecciones no sirven para nada. Esta retahíla suele continuar: todos son unos chorizos e incompetentes, sólo miran por sus bolsillos y los de sus amigos, nada va a cambiar...

Son tópicos falsos. A qué llamamos democracia, esa es la cuestión. Si queda en pura cuestión formal, estaremos cerca de lo peor. En política no son todos iguales, ni chorizos, ni inútiles. Los votos, además, no sólo ellos, sirven para encaminar la organización social hacia donde deseamos.

El mundo es muy complejo y los problemas que presenta son con frecuencia irresolubles. En cualquier terreno se observa tanta vagancia, estupidez, latrocinio, mala idea y crueldad como en política: en las familias, empresas, organizaciones públicas, comunidades de vecinos, entre los trabajadores... Y en cuanto a la mangancia, lo explicó hace muchos años la fábula: A un panal de rica miel diez mil moscas acudieron... Seamos justos: en ocasiones pedimos a los políticos más que a nosotros mismos.

La batidora de los zumos periodísticos empuja también a una actitud desesperanzada: la macronada o macarronada de las pensiones de Macron; las fiestas arbitrales de Negreira; el ingreso de Ramón Tamames en el Opus Dei; la calidad del semen vasco ha bajado al 70%; los jueces españoles flagelan las posibilidades de exigir conocimiento del euskera en donde pueden y se pasan por el flifli las interpretaciones sensatas de la Ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual, muy metidos ellos en política; Xabi Tolosa se ha lesionado y no llega a la final con Altuna; van a hacer mucho más verde la Parte Vieja de Vitoria y Eneko Goia, faltaría más, hará aproximadamente lo mismo en San Sebastián, exigiendo que los toldos de la hostelería sean de ese color; de verde; han comenzado a conocerse, ya era hora, los chanchullos varios de la Guardia Civil, que por cierto es un cuerpo militar; el PP le hace ojitos a la Iglesia evangélica... ¿Algo más? Cada día somos más amigos de Trump y de las trampas. Vivimos con miedo. Las encuestas dicen que nuestra mayor preocupación es la seguridad. Pero no nos aburrimos. ¿Quién saca tajada?

Queda bastante tarea para ir mejorando. Esta arquitectura social donde el tramposo siempre saca tajada y el honrado acaba con cara de tonto, es una calamidad y toca ya ir buscando otros modos de relación económica y de poder menos salvajes. Habrá que recordar a los jueces que el emperador Carlos habló en euskera con el mulero navarro: “Nafarroan gari asko? Bai, jauna, gari asko. Gari asko, batere ez neretako” (“¿Mucho trigo en Navarra? Sí señor, mucho. Mucho hay, pero para mí, nada”. Por la cuestión foral, claro). Y a los políticos, que gracias a la tarea del Instituto Azti volvió la anchoa a nuestro Cantábrico. Y que ellos habrán de andar también azti (listos) si no quieren que las anchoillas que somos nos larguemos de sus urnas. Y otro tanto a los jueces que hacen política, a los riquísimos que mandan en los jueces, a los políticos que extienden la injusticia y a los periodistas que revuelven el pastel marronáceo.

Y, sin embargo, como en el hermoso poema de Xabier Lete, Hala ere (Sin embargo), incluso fuera de la temporada de anchoa, siempre dispuesto a votar.