Finalmente, la polémica del velo de las mujeres, que hasta hace poco era un tema de relleno en los medios, ha estallado con toda su furia. No lo ha hecho en Occidente ni en un país musulmán aperturista, sino en la Meca del integrismo, el motor de todas las conmociones históricas que han sacudido al Oriente Medio y al resto del mundo desde el mismo momento en que el Ayatolá Jomeini, en un lejano día de enero de 1979, regresó a su país para dirigir los destinos de la más emblemática de todas las teocracias de la era moderna: la República Islámica de Irán. Historias como las de Mahsa Amini, una joven apaleada hasta la muerte por no llevar correctamente su velo, o la escaladora Elnaz Rekabi, llamada al orden por participar en un campeonato mundial con la cabeza descubierta, tienen poder para atraer la atención de cualquier consumidor de noticias, independientemente de cultura y nacionalidad. Desórdenes públicos, guerra civil, enfrentamientos y muertes en las calles de Teherán galvanizan al público internacional. No hace falta ni explicar por qué. Está en la naturaleza humana.

Las causas profundas del conflicto tienen una trascendencia mucho mayor, auténticamente histórica. Es ahí donde están los hechos que han de ser comprendidos para abordar de manera útil los problemas que amenazan con hacer descarrilar a la sociedad del siglo XXI, obligada a vivir y crecer en un mundo de colisiones entre lo tradicional, que ya no sirve, y lo que vendrá, cuya naturaleza y consecuencias no se conocen bien. Debajo de todo enfrentamiento existen problemas estructurales que van más allá de los preceptos y las prohibiciones rituales. En el caso del islamismo radical, no hay que ir muy lejos para dar con ellos. No se trata de que haya mandatos arbitrarios y atávicos como los que obligan a las mujeres a cubrirse. Reducir el conflicto a sus manifestaciones externas nos conduce a la superficialidad, a hacernos una idea equivocada acerca de las posibilidades de solución. ¿Alguien cree en serio que los desórdenes públicos y las injusticias van a cesar en cuanto el Gobierno de Teherán decrete el libre uso de velos, hiyabs y otras prendas discriminatorias por el estilo?

El verdadero problema es que las mujeres son la mitad de la población del país. Hasta ahora nadie se daba cuenta de esto porque parecía que, simplemente, no estaban ahí. Las leyes de la República Islámica las apartaban de la vida civil, no solo tapándolas con el velo, también a través de un entramado legal y normativo que todavía se mantiene en pie, y que las excluye de cualquier posibilidad de participar de un modo autónomo y responsable en cualquier esfera moderna. Sin permiso de los hombres de su familia, no pueden testar, ni abrir cuentas bancarias, ni cambiar de residencia. Cuando declaran delante de un juez, su testimonio vale la mitad que el de un hombre. Su vida también está reducida a la mitad en las primas de las compañías de seguros.

A todos los efectos, las mujeres constituyen en los países musulmanes esa mitad invisible del género humano que hasta hace relativamente poco existía también en los países occidentales. Su tendencia a emerger, por las mismas razones y en respuesta a las mismas fuerzas del desarrollo económico y social, es lo que está haciendo saltar las costuras de un sistema político como el de la teocracia iraní, levantado sobre presupuestos ideológicos y religiosos y no en virtud de normas de equidad y buen gobierno que respondan a los verdaderos intereses de la ciudadanía.

Cuando edificamos una sociedad con base en principios fundamentalmente ideológicos, las consecuencias son las que hemos visto en el caso histórico del comunismo soviético o las grandes dictaduras fascistas del siglo pasado. El Islam surgió en la Edad Media como un sistema político basado en la primacía de los preceptos religiosos del Corán, con una identificación esencial entre poder espiritual y estado y la Yihad como medio supremo de superar la desunión y las reyertas internas entre los fieles proyectándolas hacia el mundo exterior. No hace falta argumentar por qué este modo de hacer las cosas en política se ha vuelto disfuncional.

En el mundo actual los problemas desbordan las ideologías. Hacer frente a los radicalismos ideológicos o religiosos mediante nuevas ideologías que los compensen no es el plan. Al final, todo puede quedar en movimientos de reacción, nuevos conflictos o, en el caso más inofensivo, un simple postureo. Las grandes cuestiones de nuestro tiempo solo podrán resolverse con planteamientos de gobernanza justa, equidad y sentido común. Independientemente de la libertad de llevar velo, o de que cesen las infamias de la policía moral, nada volverá a funcionar en Irán hasta que esa mitad invisible de la población haya dejado de serlo.