Debido a los acontecimientos de estos días estoy obligado a subrayar que el artículo que sigue a continuación ha sido inspirado, meditado y escrito varios meses atrás, antes de que comenzara la gran tormenta desatada entre las instituciones y los jefes médicos de la OSI Donostialdea, cuyos rayos han iluminado y puesto en evidencia los problemas que quien subscribe ya veía y sufría de una manera directa, y que por desgracia es solo un ejemplo de lo que está pasando en la actualidad. No ha podido ser publicado antes, por varias razones, siendo una de ellas los motivos personales debido a la difícil situación vivida y descrita en el relato. También quiero aclarar que el autor no tiene ningún tipo de vinculación con ninguna de las partes implicadas directamente en el conflicto; sin embargo sus experiencias como acompañante y también como paciente, le motivaron y empujaron en su día a escribir este artículo, en primer lugar en defensa de los sanitarios, pero también de los futuros pacientes, y en el fondo de todos los ciudadanos.

Tenemos –o mejor dicho, hemos tenido– uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo, no me cabe la menor duda. Pero es más que evidente que algo está cambiando.

Quien así opina no es ni médico, ni tiene nada que ver con la sanidad, pero algo sabe de lo que está hablando; por motivos profesionales ha viajado y conoce la situación de los principales países de Europa, Sudamérica y, muy en especial y de primera mano la situación de aquí, ya que durante algo más de un año ha pasado más de la mitad del tiempo entre Hospital Universitario Donostia (HUD) y Onkologikoa, principalmente como acompañante de su esposa, con una grave y poco frecuente enfermedad, para la que ha necesitado un duro y largo tratamiento.

La atención hospitalaria, tanto en HUD como en Onkologikoa, sigue siendo excelente: desde que entras por Urgencias o con un volante de ingreso, te das cuenta de que estás en manos de un equipo de profesionales sanitarios de medicina y enfermería altamente cualificados. Atienden con una gran profesionalidad y un trato exquisito, sobre la base de una vocación encomiable.

Para que todo lo anterior sea entendible y creíble, estoy obligado a relatar mi experiencia personal, y la vez aprovechar para hacer un reconocimiento público.

Todo empieza el mes de julio del 2021. Mis hijos y yo notamos que algo no va bien con su madre, mi mujer, y durante el último fin de semana la situación se agrava y evidencia.

  • Lunes 2 de agosto: me presento personalmente a primera hora en el ambulatorio, explico la situación al médico de cabecera, ruego una cita urgente, y ante mi insistencia consigo una cita para el día siguiente.
  • Martes 3: la médica le atiende, no la encuentra tan mal… le manda hacer una analítica y nos da cita para el 3 de septiembre.
  • Martes 10 de agosto: se encuentra muy mal, acudimos a urgencias y en unas pocas horas tenemos un primer diagnóstico: tres tumores cerebrales, sospechosos de metástasis de algún otro principal. Posteriores pruebas confirmarían que no había nada en el resto del cuerpo, son por tanto tumores cerebrales, uno primario y dos secundarios. Para la gran mayoría de los tumores cerebrales (dicen aproximadamente el 97%) prácticamente no hay posibilidad de tratamiento.

Pero tuvimos suerte: la biopsia señaló un tipo de tumor raro –con una tasa de incidencia de tan solo 1 por cada 4,5 millones– pero menos grave.

No obstante, en nuestro caso la gran suerte ha sido caer en manos de un gran equipo de profesionales liderados por una excepcional doctora: Izaskun Zeberio, Onco-hematóloga, gran científica de renombre, conocida tanto a nivel local como autonómico, nacional e internacional; su currículum y experiencia adquirida durante dos años de estancia en el hospital clínico Memorial Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York, referencia mundial especializado en este tipo de cáncer, lo avalan.

Mi esposa, mis hijos y yo mismo queremos expresar públicamente nuestro más sincero agradecimiento a todo el equipo, pero de una forma muy especial a la Dra. Izaskun Zeberio y a la enfermera María Rua.

Desde el primer momento te das cuenta que estás en manos de una gran profesional y en todos los aspectos: una gran comunicadora a la hora de dar las noticias, te explica todo a la perfección, con claridad, sinceridad, empatía y delicadeza. Y en base a sus conocimientos y experiencia en este tipo de tumores, nos propone un durísimo y largo tratamiento: siete sesiones quincenales de quimio –cada sesión supone casi una semana ingresada de durísimo tratamiento y otra de descanso– seguido de un tratamiento de trasplante de médula con células madre que duró tres semanas. Las sesiones de quimio resultaron tan duras que en cuatro ocasiones después de darle el alta por la mañana tuvo que ingresar de urgencias por la tarde (una de ellas en ambulancia medicalizada).

Nos informa Izaskun que podemos consultar y tener una segunda opinión con algún otro centro especializado, algo que hacemos y en los centros de mayor prestigio, tanto a nivel público, como privado, los comentarios coincidían: “El tratamiento es muy fuerte y corrosivo, pero si su cuerpo lo aguanta es la única solución”; y añadían: “no lo dudéis, estáis en las mejores manos”.

Durante el tratamiento nos enteramos de que todos los trasplantes de médula para toda Euskadi solo se hacen aquí en Donostia.

Afortunadamente, todo ha salido muy bien. Ya han pasado diez meses desde el trasplante y mi mujer se encuentra mejor cada día y prácticamente ya hace vida normal.

También quiero hacer una reivindicación y reconocimiento generalizado sobre todo el personal sanitario.

Pero existe también la otra cara de Osakidetza: en la atención primaria la situación ha cambiado considerablemente: comenzó ya hace unos años, incluso antes de la pandemia, agravándose con ella y empeorando cada día. Esto no solo es una apreciación personal; por desgracia se confirma por el malestar general de los ciudadanos y los comentarios de la prensa, pero esto que es evidente ahora no es más que la consecuencia de la política iniciada ya hace unos años: las políticas de los dirigentes, los recortes, la falta de medios, los protocolos impuestos a los sanitarios, la falta de prevención en ciertas enfermedades, etc., dejan mucho que desear.

Es cierto que vivimos tiempos difíciles: la pandemia con unos costes extraordinarios e imprevistos, la mala situación económica, y un largo etc. pero aparte de que la atención sanitaria debe ser siempre prioritaria a la hora de dotarla de los recursos necesarios, también estos deben gestionarse de una forma eficaz, dando una mayor importancia a la prevención, ya que con los avances y descubrimientos recientes para una gran cantidad de enfermedades, muchas de ellas se podrían evitar, y/o tener un tratamiento más eficaz con un diagnostico precoz. En este sentido, las largas listas de espera no ayudan, resultan a veces insoportables y obligan a muchos pacientes a acudir a los centros privados. En un país que se le presume desarrollado, no es de recibo tener unas larguísimas listas de espera: varias semanas o incluso meses para que el médico de cabecera te envíe al especialista (si te manda), varios meses para hacerte una resonancia, y hasta años para cierto tipo de operaciones. Esto no es ni aceptable ni sostenible, ni siquiera rentable, siempre es más fácil (y hasta más barato) prevenir que tener que curar.

Tenemos los mejores profesionales sanitarios en medicina y enfermería, dotémosles de los mejores medios, oigamos sus opiniones y propuestas, conformemos una organización que los incluya y ayude a desarrollarse en servicio de los ciudadanos. Entiendo que cualquier solución es compleja, pero traslado mi reflexión sin ánimo de contrariar a nadie: posiblemente este artículo sería muy distinto si por razones organizativas hubiéramos debido pasar esta experiencia en cualquier otro centro sanitario de Euskadi.

Desgraciadamente pocos colectivos han estado a la altura de las circunstancias en la gestión de la pandemia, como sí lo han estado y sufrido los sanitarios. Los aplausos estuvieron muy bien, pero terminaron y, sin embargo, ellos siguen ahí, al pie de cañón, con el uniforme puesto, la sonrisa en la cara, dejándose la piel por los pacientes, piel quemada en muchos casos de tanto gel desinfectante.

¡Deberíamos cuidar más a quienes nos cuidan!