Todo es llamativo en la crisis que se ha sucedido estos días en el Reino Unido. El terremoto que sacudió los cimientos de la economía británica hasta acabar engullendo a la primera ministra Liz Truss, no lo produjo algo que ella y su gobierno hubieran hecho, sino el anuncio de algo que iban a hacer, como era la bajada general de impuestos. No hizo falta que lloviese. Bastó entreverse un nubarrón a lo lejos para que “los mercados” reaccionaran negativamente llevándose todo por delante. Una pequeña lección de economía moderna. Lo que ha venido después resulta igual de sorprendente para los observadores ajenos. Al sucesor de Truss no es que no lo hayan votado los electores británicos, es que no lo han hecho ni los afiliados de su propio partido. Unas cuantas docenas de avales de diputados del Parlamento le van a bastar a Rishi Sunak para convertirse en primer ministro. Pero el colmo de la singularidad –¿cómo va a estar esta gente en Europa?– lo constituyen los orígenes étnicos del que va a convertirse en su jefe de gobierno. Sunak es hijo de emigrados indios que, en los 60 del siglo pasado, llegaron a la antigua metrópoli procedentes de África Oriental. De hecho, va a ser la primera persona no blanca que ocupa este puesto no solo en las islas, sino en toda esta parte del mundo. Eso, en un país en el que la muerte de su soberana y sus interminables honras fúnebres nos acaban de dar ocasión de comprobar hasta qué punto tienen apego por lo tradicional. Pero ya venían curtidos. De hecho, el actual alcalde de Londres, Sadiq Khan, es hijo de emigrantes paquistaníes musulmanes. O sea que van a hacer doblete. No creo que aquí vayamos a ver algo medianamente parecido en más de una generación. Por supuesto, en todo esto hay una parte de trampa. Sunak, casado con la hija de un multimillonario hindú, es una de las grandes fortunas de Inglaterra. Ya se sabe, el dinero blanquea mucho.