as leyes, como los yogures, también tienen fecha de caducidad. Ese momento en el que una mayoría de la sociedad cree que una ley ya no genera los efectos positivos para los que fue aprobada. Un caso claro lo tenemos en la conocida como segunda enmienda de EEUU. Fue aprobada en 1791 y, desde entonces, la sociedad estadounidense ha cambiado, y no poco. En un nuevo país recién independizado de Gran Bretaña, era lógico aprobar una enmienda que reconociera el derecho de la gente a tener armas cuando estas habían jugado un papel fundamental en la consecución de la libertad. Sin embargo, hoy este derecho huele a rancio y pide a gritos su actualización. En el país en el que hay que tener 21 años para comprar alcohol, con 18 puedes adquirir una pistola o un rifle. Pero si decidir tirar unos yogures caducados a la basura no divide en dos a una familia, desechar una ley o derecho porque se considera que ha dejado de ser útil, sí lo provoca. La que se ve a sí misma como primera potencia mundial lleva décadas atascada en este debate. No ha habido presidente, ni republicano, ni demócrata, ni renovador como Obama, ni mesiánico como Trump, que hayan podido atajar la que el actual presidente Biden llama "nuestra epidemia de violencia" que mata cada año a 40.000 estadounidenses. Las últimas, los 19 niños y las dos maestras asesinadas la semana pasada. Peligrosamente, cada vez más defensores y detractores de la segunda enmienda comparten una misma percepción: el sistema no les sirve para resolver este conflicto. El debate de las armas es una brecha más en una sociedad cada vez más dividida que desconfía de su sistema político porque confirma a diario que, en vez de soluciones, solo le ofrece más bronca. La sociedad estadounidense necesita urgentemente de acuerdos en este y otros temas. Sin ellos, puede que la siguiente muesca en el revólver sea la propia democracia. l