o veo nada que reprochar a que alguien se lleve un porcentaje por su labor como intermediario. Si su relación es estable en el tiempo los conocemos como agentes y, si es por un encargo específico, esa labor de conseguidor sería la de un comisionista. En ambos casos, colaboran en que muchas empresas accedan a nuevos proveedores o clientes. Lo de Medina y Luceño con el Ayuntamiento de Madrid, y lo de Piqué y Rubiales con la Supercopa de fútbol en Arabia Saudí, asumiendo que tienen notables diferencias, ha puesto el foco en los comisionistas, pero en su versión actualizada del pelotazo económico de toda la vida. La picaresca made in Spain del siglo XXI en la que se llama comisión a un plato requiere de tres ingredientes: querer conseguir mucho dinero y de manera muy rápida, sin que haga falta un gran esfuerzo y, como condimento fundamental, no hacerle ascos al negocio por cuestiones éticas. Así, si hay que aprovecharse de una pandemia para engañar a la administración, se hace. Si hay que llevar una final de fútbol a un país en el que el deporte favorito de sus autoridades es violar derechos, se lleva. El negocio es el fin y es suficiente con que los medios sean legales o, al menos, lo parezcan. Pero si lo de Madrid ha sido ampliamente condenado, lo de la Supercopa me tiene más preocupado. Los medios convencionales, pero especialmente los canales de YouTube con millones de seguidores entre los jóvenes han concluido, en general, que no hay ilegalidad, ni siquiera algo que criticar. Son solo negocios. Precisamente, mal negocio hacemos al presentar como ganador a ser el más listo dando sablazos, dejando para los perdedores tres hábitos que nos han llevado a las cotas de bienestar logradas: esforzarse, tener unos mínimos éticos y contribuir sin esperar siempre algo a cambio. ¿Cuál será la comisión por normalizar estos comportamientos reprobables?