or todos los sueños que estaban por cumplir puede ser tentador caer en la nostalgia de los Aberri Eguna de los primeros años de la transición, cuando una gran ola ciudadana daba forma a las aspiraciones soberanistas con flamear de ikurriñas y proclamas en favor de la construcción nacional. Más de 40 años después, el día de la patria vasca se celebra en un paisaje donde predominarán los visitantes llegados de cualquier parte del mundo para ocupar el vacío dejado por los nativos que, como ellos, huyen también a remotos destinos vacacionales. En el fondo, no deja de ser una medida del éxito del proceso que se inició con la aprobación del Estatuto y que ha permitido levantar una sólida estructura de país sobre un solar contaminado por 40 años de dictadura franquista. Las utopías hay que construirlas con material tangible, como el que nos ha traído hasta aquí y con el que debemos seguir avanzando desde la confrontación de legítimos intereses en juego pero desde la capacidad de entendimiento en favor del beneficio común; sirva de ejemplo el reciente acuerdo educativo. Hoy es Aberri Eguna, una jornada para reafirmar que el derecho a decidir de los vascos es una aspiración irrenunciable, conscientes de que, más allá de los obstáculos para dificultarlo o, directamente, impedirlo, el éxito de su ejercicio dependerá de que encuentre un terreno abonado, es decir, un país con presente y mejor futuro.