ras el inicio de la invasión y ataque de Rusia contra Ucrania, que les contamos ayer a lo largo de casi una veintena de páginas (hoy continuamos, claro) la televisión del país invadido y asaltado pidió que expulsaran a la televisión rusa de Eurovisión -que es mucho más que el festival de la canción al que da nombre- y, por supuesto, que se largaran a cantar a otra parte y no pudieran participar en el certamen musical que en mayo acogerá Italia, porque el ruido de las bombas, los disparos y el terror no se puede considerar música por mucho empeño que le ponga Putin al manejar la batuta. La respuesta, por escrito, de la UER fue un nanai aderezado con ajo y agua aclarando a Ucrania que, como "evento cultural de naturaleza no política", Rusia sí participaría en Eurovisión. Ante la desafinada respuesta, otros tantos países (Noruega, Dinamarca, Estonia, Letonia, Lituania, Países Bajos, Suecia...) preguntaron, claro, si tenían Casera en el menú para regar el ajo, y horas después, la UER -que tiene demasiado reciente la experiencia de suspender el festival con casi todo el tinglado montado- demostró que, soplando fuerte, las palabras por escrito también se las lleva el viento. Y, ahora sí, basándose en "las reglas del evento y los valores de la UER", ha mandado a Rusia a su casa para que les dejen celebrar la fiesta en paz. Ojalá en todos los sentidos de la palabra.