a frase resuena en cualquier esquina de la historia. "Allá donde se queman hoy libros, mañana se quemarán personas". El ensayista y poeta Heinrich Heine no era adivino: aquella cita del siglo XIX era histórica. Mirando a lo ocurrido. De cuando en Granada se quemaron ejemplares manuscritos del Corán entre finales del siglo XV y XVI. Cuando la Santa Inquisición hacía y deshacía sobre lo propio y lo ajeno. Aquella quema de libros, una cuestión tan solo material, pensarán algunos, abrió la puerta a quemar brujas y herejes. En Zugarramurdi, y no solo allí, saben de lo que hablamos. Siglos después, hoy, en las guerras se queman bibliotecas. En el mejor de los casos, dirán, es solo un montón de papel, pero el papel, por lo que se ve, no es solo papel: es peligroso. Lo peor de todo es cuando, antes de una guerra, hay bandos que pegan fuego a los libros y nadie quiere ver la guerra que viene. Salvo quien la quiere hacer. Cuatro meses después de que Adolf Hitler fuera nombrado canciller en 1933, las juventudes nazis vaciaron la biblioteca de Derecho de la Universidad Humboldt y quemaron más de 20.000 libros. Hay, sin embargo, un libro que no se puede quemar: el de la Historia. Para que no se repita, no basta con conocerlo. Hay que saber leer y actuar.