l 15 de enero erupcionó un volcán submarino en Tonga. Entre las consecuencias que provocó hay una que ha llamado la atención de los medios: sus más de 150 islas, valga la redundancia, han quedado aisladas. El cable submarino que conecta a sus 105.000 habitantes a Internet no funciona y se necesitará un mes para su reparación. Pobres padres de los adolescentes tonganos. Si fueran los dos que tengo en casa, nadarían hasta Fiyi antes de esperar cuatro semanas. Así, hemos sabido que la tan necesaria conexión funciona en gran medida a través de cables hundidos en el mar. En una situación similar se encuentran, aunque no ha acaparado tantos titulares, 1,8 millones de hogares en España. El recientemente presentado estudio de la Fundación Foessa sobre la pobreza y la exclusión denuncia que miles de familias necesitan también que les echen un cable para salir de la brecha digital en la que se encuentran. El informe lo califica como el nuevo analfabetismo del siglo XXI que, como ya ocurriera con el del XIX y el del XX, afecta a los que viven en peores condiciones. Tener acceso a Internet es un bien de primera necesidad y saber manejarse en él, las nuevas cuatro reglas que toda persona debe saber. Estar sin datos y/o no saber usarlos, es un nuevo factor de exclusión. Por eso, las personas sin hogar, por ejemplo, tienen móvil por llamativo y hasta pecaminoso que les resulte a algunos. No es un gasto innecesario, sino una vía para tratar, nunca mejor dicho, de conectarse a una sociedad que en gran medida, los deja colgados. La promoción de la conectividad y el uso de las tecnologías se suman así a las medidas a desarrollar para afrontar la exclusión social. De mantenerse esta desconexión es probable que los que la sufren se sientan engañados y piensen, en consecuencia, que más que vivir en Tonga, a ellos les ha tocado hacerlo en la isla de Tongo.