l inicio del año me regaló una amanecer en la Ribera de Navarra. Me quedé atrapado mirando al horizonte de un paisaje quijotesco del siglo XXI en el que los molinos eólicos permanecían inmóviles, a la espera de que llegara el aire suficiente que hiciera girar sus aspas. A medida que la luz del sol empezó a iluminar el día, alguno de los molinos comenzó a desperezarse. Sus brazos fueron cogiendo cierta cadencia, otros en pocos minutos ya giraban a pleno rendimiento, pero alguno todavía seguía parado. Pensé que aquel paisaje reflejaba en buena medida nuestra sociedad. Como aquellos molinos, nos creemos más fuertes y autónomos de lo que realmente somos. Con frecuencia, olvidamos que gran parte de los "éxitos" de nuestras aspas lo son también del viento a favor que un día hizo que comenzásemos a girar, y que, aún hoy, lo sigamos haciendo. Nos creemos autosuficientes, generadores de energía, pero como los molinos de la Ribera, sin aire que nos empuje, seguiríamos quietos. Porque el viento en contra te frena, te impide moverte y hasta puede hacerte retroceder. En cambio, cuando el aire sopla a tu favor, te sientes libre y lanzado a perseguir tus sueños o hacer frente a los problemas. Los que nos quieren, las instituciones y servicios públicos que tenemos, y ahora más que nunca, aunque siempre hayan estado ahí, los profesionales que nos cuidan cuando la salud nos falla, son ejemplos de ese viento a favor. La precariedad laboral, la desigualdad, o la otra pandemia de estar cada vez más apegados a nuestros intereses, en una suerte de "sálvese quien pueda", hacen que hoy, muchos estén condenados a vivir remando contra el viento, aterrados de naufragar socialmente. No es mal momento ahora, al arrancar el año, para reconocer lo que realmente nos mueve y marcarnos el reto de promover que, en este recién estrenado 2022, todos tengamos el viento de cara.