ientras la mitad de los guipuzcoanos preparamos los bártulos para salir de puente estos días, al solete ibérico-otoñal y aliviados por el fin de la alerta sanitaria, en un txoko recóndito del planeta, África, más de 260.000 niños menores de cinco años mueren cada año por malaria. Mientras nosotros, contentos ahora por la inminente autorización de tamborradas, txistorradas y demás fiestas, nos preocupamos por el empate de la Real en Getafe y por lo mal que se ha organizado la lucha mundial contra una pandemia desconocida e inesperada; o de que nuestra empresa nos haya tenido sin microondas durante meses; o de que no nos hayan dejado tomar café de pie..., medio mundo se moría. Y así pues, sin preocupaciones de tanto calado como las nuestras, en África muchos se conforman con el hecho de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) haya aprobado por primera vez el uso generalizado de una vacuna contra la malaria, que ya se ha utilizado en un programa piloto en Ghana, Kenia o Malaui, donde se ha vacunado a más de 800.000 niños desde 2019. Solo falta ya que los expertos de a pie valoren si se ha elaborado demasiado rápido, si se trata de otra conspiración mundial, o si la cerveza fresquita sabe mejor sin mascarilla, ni medidas constrictoras que coartan nuestra libertad.