rase una vez una aldea en la que sus pobladores miraban raro a los de otro país lejano, que acostumbraban a caminar cubriendo su rostro con una máscara que tapaba su nariz y su boca, y seguían a pies juntillas los deseos de su gobierno, que les manejaba con puño de hierro. En la aldea, tan vanidosa ella de su tremendo progreso, se jactaban de su libertad de movimientos, hasta que de un día para otro las cosas comenzaron a cambiar. Sin saber muy bien cómo ni por qué, una amenaza invisible se cernió sobre la población, causando tremendos estragos. Por lo que dicen, la gente que en esa aldea tan poderosa se creía, moría, y el miedo a lo desconocido les llevó a hacer cosas muy raras. Como nadie sabía quién era el enemigo, todos se marcharon a sus casas, y las calles se quedaron tan desiertas que solo se veían unos bichos que llamaban ratas. Pasado un tiempo, aunque seguía la amenaza, empezaron a salir, pero la libertad se había esfumado, y sin darse cuenta comenzaron a caminar cubriendo su rostro con mascarillas y siguiendo a pies juntillas los deseos de su gobierno, exactamente igual que los habitantes de aquel otro remoto lugar. Incluso les ponían horas para salir a la calle, y los niños no podían ver a los mayores. Y colorín colorado, este cuento todavía no se ha acabado.